Por último, un breve párrafo sobre lo que D’Ors pensaba del psicoanálisis, extraídos de la Introducción a la vida angélica. Como veréis, D’Ors comparte la crítica fundamental que el pensamiento Tradicional siempre le ha hecho al psicoanálisis.
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Llegamos ahora, en nuestra breve serie de alusiones a los instrumentos conocidos de la que llamamos, con etimológica contradicción, «pedagogía de adultos», a una región muy diferente. A la región donde vive la terapéutica freudiana. Nadie hoy ignora que ésta procura -partiendo del principio de que el veneno de cualquier psicosis procede, en lo remoto de la condena o censura moral que ha empujado un elemento de turbación libidinosa al negro pozo de la subconsciencia- sacar de nuevo aquél a luz, valiéndose de métodos, alejados en lo posible de la estandarización… Una vez más, tomar por las agallas el «pez de Tobías», para llevarlo a un medio distinto -que esta vez es el de la conciencia-, y poderle.
La variedad de aquellos métodos, en los psicoanalistas de una u otra escuela, tiene siempre, sin embargo, algo de común; que es el intentar la purgación por ascenso, buceando en el pozo y haciendo ascender a la superficie la turbación culpable. Pero la manera de proceder del soteriólogo es cabalmente inversa a la del psicoanalista. La faena del soteriólogo, para explicarla según una clara imagen, cífrase más bien en cazar que en pescar. No se trata ya de extraer lo profundo, mas de captar lo que vuela y pica muy alto. Catharsis de arriba abajo y no de abajo arriba. Lo que se trae a la luz de consciente no es la subconsciencia, sino la sobreconsciencia. No lo que se ha hundido en la pasividad del «hábito», sino lo que se ha proyectado merced al empuje elástico de la «vocación». O, si se quiere, en vez de lo desconocido por oscuridad, lo desconocido por deslumbramiento.
No juzgamos aquí la obra de Freud. Más de una vez la hemos cotizado de genial. Pero genial o no, debemos declararla insuficiente, por lo que dice relación con nuestra «pedagogía de cuadragenarios». En la cual el problema no es, concretamente, el de curar a un enfermo, pero el de alumbrar una sobreconsciencia. Que la urgencia, a veces, de lo primero no nos cierre los ojos a la conveniencia de lo segundo, en cualquier hora de un vivir, pero sobre todo cuando las líneas capitales de un vivir ya no pueden retocarse. (Págs. 200-201)