Cabalgando al Tigre

lunes, 30 abril, 2007

Bergson y su risa (III): La caricatura

Filed under: Textos recomendados — by Aspirante a domador @ 10:08 am

kruger.jpgOs dejo un breve pero sustancioso apunte sobre la caricatura, extraído de La risa de Bergson.

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“El arte del caricaturista consiste en coger este movimiento, imperceptible a veces, y agrandándolo hacerlo visible a todos los ojos. El caricaturista imprime a sus mo­delos las muecas que ellos mismos harían si llegasen hasta el final de ese mohín imperceptible; adivina ba­jo las armonías superficiales de la forma las profun­das revueltas de la materia; realiza desproporciones y deformaciones que han debido existir en la Natura­leza en el estado de veleidad, pero que no han podi­do llegar a consolidarse, contenidas por una fuerza superior. Su arte, que tiene algo de diabólico, viene a levantar al demonio que el ángel había postrado en tierra. Es indudablemente un arte que exagera, y sin embargo se le define mal cuando se le atribuye como objeto único esa exageración, pues hay caricaturas más parecidas que retratos, caricaturas en que ape­nas se advierte exageración alguna, y en sentido in­verso se puede forzar la exageración hasta el último extremo sin que resulte la caricatura. Para que la exageración sea cómica, es menester que no se la to­me como objeto, sino como simple medio que em­plea el dibujante para representar a nuestros ojos las contorsiones que ve en la Naturaleza. Esta contor­sión es lo Único que importa. Por eso se la va a bus­car hasta en aquellos elementos de la fisonomía inca­paces de movimiento; en la curva de una nariz, en la forma de una oreja. Porque toda forma es siempre para nosotros el dibujo de un movimiento. El carica­turista que altera la dimensión de una nariz, pero que respetando su fórmula, la alarga, por ejemplo, en el mismo sentido en que la alargase la Naturaleza, im­prime a esta nariz una verdadera mueca, y en adelan­te nos parecerá que el mismo original pretende alar­garse y hacer ese gesto. En este sentido es como se podría afirmar que la misma Naturaleza es un hábil caricaturista.” (Págs. 28-29)

martes, 24 abril, 2007

Bergson y su risa (II): La rigidez mecánica, verdadera fuente de lo cómico

Filed under: Textos recomendados — by Aspirante a domador @ 2:31 pm

mecanismo.jpgEn los siguientes fragmentos de La risa, Bergson justifica cómo y porqué la rigidez es la clave de lo cómico, al enfrentarse a la vida y al alma, pura flexibilidad. En su explicación se transluce con claridad su visión dual del ser humano, con un aspecto material, rígido, pesado, mecánico, sin vida, en fin, un lastre, y otro flexible, etéreo, pura vida, que es el que da gracia, sentido y verdad al ser humano. Todo lo que aparece como un mecanismo, a fortiori carece de vida; dicho mecanismo nos distrae y nos mueve a la risa. Pero mejor que lo explique él mismo.

Nota: Algunas de las citas las he encabezado con un epígrafe con el fin de ordenarlas un poco; quede claro que no son del autor.

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Toda deformidad sus­ceptible de imitación por parte de una persona bien conformada puede llegar a ser cómica.

¿No resultaría de ahí que el jorobado hace el efecto de un hombre que no sabe tenerse bien? Di­ríase que su espalda contrajo un pliegue defectuoso, y que por obstinación material, por rigidez, persiste en la costumbre adquirida. Tratad de ver únicamen­te con los ojos. No reflexionéis, y sobre todo abste­neos de razonar. Suprimid lo adquirido: marchad en busca de la impresión ingenua, inmediata y original.

[…] expresión cómica del semblante es la que no promete más de lo que da. Es una mueca única y definitiva. Diríase que cristalizó en ella toda la vida moral de la perso­na. Y he aquí por qué una cara es tanto más cómica cuanto con mayor fuerza nos sugiere la idea de algu­na acción sencilla, mecánica, que hubiera absorbido para siempre la personalidad.” (Págs. 26-27)

 

“Es preciso que [todo] cambie a cada mo­mento, porque dejar de transformarse es dejar de vi­vir. El gesto ha de animarse como ella. Ha de acep­tar la ley fundamental de la vida, la de no repetirse nunca. Pero he aquí que un cierto movimiento del brazo o la cabeza se repite periódicamente siempre igual. Si lo observo, si basta para distraerme, si lo aguardo en cierto momento y llega cuando lo espe­ro, tendré que reírme contra mi voluntad. ¿Por qué? Porque estoy en presencia de un mecanismo que funciona automáticamente. No es ya la vida la que tengo delante, es el automatismo instalado en la vi­da y probando a imitarla. Es lo cómico.

Imitar a alguno es extraer la parte de auto­matismo que ha dejado introducirse en su persona. Es, pues, hasta por definición, hacerle cómico y no debe admirarnos que la imitación haga reír.” (Págs. 32-33)

 

“La desproporción entre causa y efecto, pre­séntese en un sentido u otro, nunca es la fuente direc­ta de la risa. Lo que nos hace reír es algo que puede manifestarse en ciertos casos por medio de esta des­proporción, es decir, el singular artificio mecánico que se transparenta a través de la serie de efectos y de causas. Si nos olvidamos de este artificio mecánico, habremos perdido el único hilo conductor que podrá guiarnos en el laberinto de lo cómico, y la regla que acabamos de seguir, aplicable quizá a algunos casos convenientemente elegidos, correrá el riesgo de dar con un ejemplo que la destruya.

¿Pero por qué nos reímos de este artificio mecáni­co? Que la historia de un individuo o de un grupo se nos aparezca como un juego de engranajes, de resor­tes o de hilos, es sin duda algo extraño; ¿pero de dón­de precede el carácter especial de la rareza? ¿Por qué es cómica? A esta pregunta, que suscitan muchas for­mas, daremos siempre la misma respuesta. Ese rígido mecanismo que alternativamente sorprendemos, co­mo un intruso, en la continuidad de las cosas huma­nas, tiene para nosotros un especial interés, porque re­presenta como una distracción en la marcha de la vida. Si los acontecimientos pudiesen atender constan­temente a su propio curso, no habría esas coinciden­cias que hemos señalado, ni esos encuentros, ni esas series circulares; todo marcharía hacia adelante en progreso continuo. Si todos los hombres estuviésemos siempre atentos al curso de la vida, en continuo con­tacto con los demás y con nosotros mismos, nunca parecería que las cosas se mueven por hilos o resortes. Lo cómico es aquel aspecto de la persona que le hace asemejarse a una cosa, ese aspecto de los aconteci­mientos humanos que imita con una singular rigidez el mecanismo puro y simple, el automatismo, el movi­miento sin la vida. Expresa, pues, lo cómico cierta im­perfección individual o colectiva que exige una correc­ción inmediata. Y esta corrección es la risa. La risa es, pues, cierto gesto social que subraya y reprime una distracción especial de los hombres y de los hechos.

Pero todo esto nos invita a llevar nuestra investi­gación más lejos y más alto. Hasta ahora nos hemos entretenido descubriendo en los juegos del hombre ciertas combinaciones mecánicas que divierten al ni­ño. Es totalmente empírico este procedimiento. Ya es hora de que abordemos una deducción metódica y completa, de que vayamos a buscar en su misma fuente, en su principio permanente y simple, los múltiples y variables procedimientos del teatro có­mico. Decíamos que este teatro combina los hechos de modo que evoquen la idea de un mecanismo a través de las formas externas de la vida. Determine­mos ahora en virtud de qué caracteres la vida, con­templada desde fuera, parece basarse en un simple mecanismo. Bastará examinar los caracteres opues­tos y se obtendrá la fórmula abstracta y general de todos los procedimientos de comedia.

La vida se nos presenta como una evolución en el tiempo y como una combinación en el espacio. Considerada en el tiempo, es el progreso continuo de un ser que está envejeciendo sin cesar, es decir, que nun­ca vuelve atrás ni se repite. Considerada en el espa­cio, presenta elementos tan íntimamente solidarios, tan exclusivamente hechos los unos para los otros, que ninguno de ellos podría pertenecer al mismo tiempo a dos organismos diferentes: cada ser es un sistema cerrado de fenómenos incapaz de interferen­cias con otros sistemas. Cambio continuo de aspec­to, irreversibilidad de fenómenos, individualidad perfecta de una serie encerrada en sí misma: he ahí los caracteres exteriores (reales o aparentes, poco importa) que distinguen lo vivo de lo puramente me­cánico. Obrando ahora a la inversa tendremos tres procedimientos cómicos, que llamaremos, si queréis, repetición, inversión e interferencia de series. Fácil es comprobar que estos procedimientos son los del vodevil y que no podrían ser otros.” (Págs. 70-72)

 

“Como era de esperar, y como puede verse por cuanto queda dicho, lo cómico de las palabras sigue de cerca a lo cómico de la situación y llega a confundirse con lo cómico del carácter. Si el lenguaje conduce a efectos ridículos, se debe únicamente a que es una obra humana, calcada con la mayor exactitud sobre las formas del espíritu humano. Hay en el lenguaje algo que vive de nuestra propia vida; y si esta vida del lenguaje fuese plena y perfecta; si no hubiese en él nada cristalizado; si el lenguaje, en suma, fuese un organismo completamente unifica­do, incapaz de fraccionarse en organismos indepen­dientes, no le alcanzaría lo cómico, como no le al­canzaría tampoco a un alma que tuviese una vida armónicamente fundida, tersa, semejante a la super­ficie de un agua serena. Pero no hay estanque en cu­yas aguas no floten hojas secas; no hay alma huma­na sobre la cual no pesen hábitos que le comuniquen cierta tiesura y rigidez para consigo misma y para con los demás, no hay lengua, en fin, tan flexible, tan profundamente viva, tan presente en cada una de sus partes, que elimine lo hecho y pueda resistir a las operaciones mecánicas de inversión, transposi­ción, etc., a que se la quiera someter, manejándola como si fuese una simple cosa. Lo rígido, lo hecho, lo mecánico por oposición a lo flexible, a lo vivo, a lo que está siempre cambiando; la distracción como lo contrario a la atención, el automatismo, en fin, como contraste de la libre actividad, he ahí, en suma, lo que subraya la risa y lo que aspira a corregir.” (Págs. 99-100)

 

LA ADMINISTRACIÓN, INTRÍNSECAMENTE RISIBLE

“No bien olvidamos el grave objeto de una solemni­dad o de una ceremonia, los que en ella toman par­te nos dan la impresión de fantoches que se mueven. Su movilidad se ajusta a la inmovilidad de una fór­mula. Tenemos un puro automatismo. Pero el auto­matismo perfecto será, por ejemplo, el de un funcio­nario que funciona como una simple máquina, o también la inconsciencia de un reglamento adminis­trativo que se aplica con fatalidad inexorable, to­mándosele por una ley de la Naturaleza. Hace unos años naufragó en los alrededores de Dieppe un gran paquebote. Algunos pasajeros lograron salvarse en una embarcación después de muchos trabajos. Unos aduaneros que habían acudido valerosamente a so­correrles, empezaron por preguntarles «si no tenían algo que declarar». Algo análogo se encuentra, aun­que la idea sea más sutil, en aquella frase de un di­putado que interpelaba a un ministro al día siguien­te de un resonante crimen cometido en un tren: «El asesino, después de haber rematado a su víctima, de­bió apearse a contravía, violando los reglamentos administrativos.” (Págs. 42-43)

 

EL ALMA ES GRACIA, LA CORPORALIDAD ES AUTOMATISMO

“En resumen: sea cualquiera la doctrina que prefiera nuestro raciocinio, nuestra imaginación tiene ya su filosofía bien definida. En to­da forma humana advertirá el esfuerzo de un alma que modela la materia, alma infinitamente flexible, de movilidad constante, exenta de pesadez por no es­tar sometida a la atracción terrena. Esta alma comu­nica algo de su ligereza alada al cuerpo que anima, le infunde su inmaterialidad, que al pasar a la materia constituye lo que llamamos gracia. Pero la materia se resiste obstinadamente. Atrae a la actividad de ese principio superior, y le querría infundir su propia inercia y reducirlo a un puro automatismo. Querría fijar los movimientos inteligentes corporales trans­formándolos en contracciones estúpidas; solidificar en una perpetua mueca las movibles expresiones de la fisonomía; imprimir, en suma, a toda la persona tal actitud, que pareciese sumida y absorta en la ma­terialidad de alguna ocupación mecánica en vez de renovarse sin descanso al contacto de un ideal lleno de vida. Allí donde la materia logra condensar exteriormente la vida del alma, fijar su movimiento, des­terrar, en fin, la gracia, obtiene en seguida un efecto cómico. Si quisiéramos, pues, definir aquí lo cómico comparándolo con su contraste, habría que oponer­lo a la gracia mejor aún que a la belleza. Lo cómico es más bien rigidez que fealdad.” (Págs. 29-30)

Las actitudes, gestos y movimientos del cuerpo humano son risibles en la exacta medida en que este cuerpo nos hace pensar en un simple mecanismo.” (Pág. 31)

viernes, 20 abril, 2007

Bergson y su risa (I): Una aguda aproximación al misterioso fenómeno

Filed under: Textos recomendados — by Aspirante a domador @ 7:28 am

bergson-001.jpgEn este y sucesivos post os dejaré algunos fragmentos escogidos de una magnífica obra: La risa. Ensayo sobre la significación de lo cómico, de Henri Bergson, Ed. Losada, Buenos Aires, 1939 (Trad. de Amalia Haydée Raggio). Sobre el aspecto formal, no puedo sino lamentar que tan bello texto esté plagado de errores tipográficos, máxime teniendo en cuenta que ésta es la 6ª edición, (año 2003), suficientes yo creo para haber pulido un poco más la presentación. En cuanto a la traducción, pues hombre, adolece de algunos giros extraños y un puñado de palabras sospechosas, pero eso no significa que no esté en perfecto castellano bonaerense (aunque hay algún anglicismo inaceptable, como «removiéndolas» por «eliminándolas», pág. 68), sólo digo que a mí me resulta chocante, aunque no con una frecuencia que llegue a distraer. En lo referente al contenido de este breve ensayo, creo que merece ser leído íntegramente, y os aseguro desde este momento que la selección, siendo sustanciosa (lo sería aunque los fragmentos estuviesen elegidos al azar, dada la calidad y densidad de la obra), deja fuera aspectos y justificaciones esenciales sobre la risa, sus razones y naturaleza. Bergson considera que la fuente de este misterioso fenómeno es la rigidez (esto quedará más ampliamente justificado en la segunda entrega), y que su función es la de habilitar un mecanismo social mediante el que corregir la “distracción” de sus miembros, como más abajo veréis. No quiero extenderme más y deslucir tan brillante texto, así que simplemente comentaré algo que para mí es esencial al final de las citas. Disfrutadlo.

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“He aquí el primer punto sobre el cual he de lla­mar la atención. Fuera de lo que es propiamente hu­mano, no hay nada cómico. Un paisaje podrá ser be­llo, sublime, insignificante o feo, pero nunca ridículo. Si reímos a la vista de un animal, será por haber sorprendido en él una actitud o una expresión humana. Nos reímos de un sombrero, no porque el fieltro o la paja de que se componen motiven por sí mismos nuestra risa, sino por la forma que los hom­bres le dieron, por el capricho humano en que se moldeó. No me explico que un hecho tan importan­te, dentro de su sencillez, no haya fijado más la atención de los filósofos. Muchos han definido al hom­bre como «un animal que ríe».

Habrían podido definirle también como un ani­mal que hace reír porque si algún otro animal o cualquier cosa inanimada produce la risa, es siem­pre por su semejanza con el hombre, por la marca impresa por el hombre o por el uso hecho por el hombre.

He de indicar ahora, como síntoma no menos no­table, la insensibilidad que de ordinario acompaña a la risa. Dijérase que lo cómico sólo puede producir­se cuando recae en una superficie espiritual lisa y tranquila. Su medio natural es la indiferencia. No hay mayor enemigo de la risa que la emoción. No quiero decir que no podamos reírnos de una persona que, por ejemplo, nos inspire piedad y hasta afecto; pero en este caso será preciso que por unos instantes olvidemos ese afecto y acallemos esa piedad. En una sociedad de inteligencias puras quizá no se llorase, pero probablemente se reiría, al paso que entre al­mas siempre sensibles, concertadas al unísono, en las que todo acontecimiento produjese una resonancia sentimental, no se conocería ni comprendería la risa. Probad por un momento a interesaros por cuanto se dice y cuanto se hace; obrad mentalmente con los que practican la acción; sentid con los que sienten; dad, en fin, a vuestra simpatía su más amplia expan­sión, y como al conjuro de una varita mágica, veréis que las cosas más frívolas se convierten en graves y que todo se reviste de matices severos. Desimpresio­naos ahora, asistid a la vida como espectador indife­rente, y tendréis muchos dramas trocados en comedia. Basta que cerremos nuestros oídos a los acordes de la música en un salón de baile, para que al punto nos parezcan ridículos los danzarines. ¿Cuántos he­chos humanos resistirían a esta prueba? ¿Cuántas cosas no veríamos pasar de lo grave a lo cómico si las aislásemos de la música del sentimiento que las acompaña? Lo cómico, para producir todo su efecto, exige como una anestesia momentánea del corazón. Se dirige a la inteligencia pura.

Pero esta inteligencia ha de estar en contacto con otras inteligencias. Y he aquí el tercer hecho sobre el cual deseaba llamar la atención. No saborearía­mos lo cómico si nos sintiésemos aislados. Diríase que la risa necesita de un eco. Escuchadlo bien: no es un sonido articulado, neto, definido; es algo que querría prolongarse y repercutir progresivamente; algo que rompe en un estallido y va retumbando co­mo el trueno en la montaña. Y sin embargo, esta re­percusión no puede llegar a lo infinito. Camina den­tro de un círculo, todo lo amplio que se quiera, pero no por ello menos cerrado. Nuestra risa es siempre la risa de un grupo. Quizá os haya ocurrido en el coche de un tren o en una mesa de fonda oír a los viajeros referirse historias que debían tener para ellos un gran sabor cómico, puesto que reían con toda su alma. Si hubieseis estado en su compañía, seguramente también habríais reído. Pero como no lo estabais, no sentíais la menor gana de reír. Un hombre a quien le preguntaron por qué no lloraba al oír un sermón que a todo el auditorio movía a llanto, respondió: «No soy de esta parroquia». Lo que este hombre pensaba de las lágrimas podría explicarse más exactamente de la risa. Por muy espon­tánea que se la crea, siempre oculta un prejuicio de asociación y hasta de complicidad con otros rientes efectivos o imaginarios. ¿No se ha dicho muchas ve­ces que en un teatro es más frecuente la risa del es­pectador cuando más llena está la sala? ¿No se ha hecho notar reiteradamente que muchos efectos có­micos son intraducibles a otro idioma cuando se re­fieren a costumbres y a ideas de una sociedad parti­cular? Por no advertir la importancia de este doble hecho, sólo se ha visto en lo cómico una simple cu­riosidad para divertir al espíritu, y en la risa misma un fenómeno extraño completamente aparte, sin re­lación alguna con el resto de la actividad humana. De ahí esas definiciones que tienden a hacer de lo cómico una relación abstracta, clasificada entre las ideas de «contraste intelectual», «sensibilidad de lo absurdo», etc., definiciones que, aun cuando real­mente conviniesen a todas las formas de lo cómico, no explicarían en lo más mínimo por qué lo cómico nos hace reír. ¿A qué se debe que esa relación tan particularmente lógica nos contraiga no bien adver­tida, nos dilate y nos sacuda mientras todas las otras no dejan indiferentes? No afrontaremos el problema por este lado. Para comprender la risa hay que reintegrarla a su medio natural, que es la sociedad, hay que determinar ante todo su función útil, que es una función social. Ésta será, digámoslo desde ahora, la idea que ha de presidir a todas nues­tras investigaciones. La risa debe responder a cier­tas exigencias de la vida en común. La risa debe te­ner una significación social.” (Págs. 12-15)

“Hay estados de alma que conmueven apenas se dan a conocer; hay alegrías y tristezas con las cuales se simpatiza; pasiones y vicios que provocan el asom­bro, el horror o la piedad; sentimientos, en fin, que se prolongan de alma en alma por resonancias sen­timentales. Todo esto afecta a lo esencial de la vida, todo esto es serio, y a veces hasta trágico. Allí don­de el prójimo deja de conmovernos, comienza la co­media. Y comienza con lo que se podría llamar «la rigidez contra la vida social». Es cómico todo perso­naje que sigue automáticamente su camino, sin cui­darse de ponerse en contacto con sus semejantes. Allí está la risa para corregir su distracción y sacar­le de su letargo. Si es lícito comparar las cosas gran­des con las que no lo son, recordemos lo que ocurre para el ingreso en nuestras escuelas. Cuando se ha salido airosamente de las temibles pruebas del exa­men, hay que afrontar otras todavía, aquellas que os preparan los compañeros más antiguos para amol­daros a la nueva sociedad de que vais a ser miembro, y como ellos dicen, para suavizaros el carácter. To­da sociedad pequeña que se forma en el seno de la grande, tiende así, por un vago instinto, a inventar un medio de corregir y suavizar la rigidez de las cos­tumbres en otro ambiente contraídas y que es nece­sario modificar. No de otro modo procede la socie­dad propiamente dicha. Es indispensable que cada uno de sus miembros atienda a cuanto le rodea y procure amoldarse al medio ambiente, no recluyén­dose en su propio carácter como en una torre de marfil. Y por esta razón hace que se cierna sobre ca­da uno, si no la amenaza de una corrección material, la perspectiva al menos de una humillación que no por ser levísima deja de ser temida. Tal debe ser la misión de la risa. La risa, algo humillante siempre para quien la motiva, es verdaderamente una espe­cie de broma social pesada.” (Págs. 102-103)

“La risa es ante todo una corrección. Hecha para humillar, ha de producir una impresión penosa en la persona sobre quien ac­túa. La sociedad se venga por su medio de las liber­tades que con ella se han tomado. No llenaría sus fi­nes la risa si llevase el sello de la simpatía y de la bondad. Pero ¿se podrá decir que al menos su intención es buena, que a menudo castiga porque ama y que al reprimir las manifestaciones exteriores de cier­tos defectos nos invita a que corrijamos en nosotros estas mismas faltas y nos mejoremos interiormente?

Mucho habría que hablar sobre este punto. En general, es indudable que la risa cumple una función útil. Todos nuestros estudios han tendido a demos­trarlo. Pero de ahí no se sigue que la risa acierte siempre, ni tampoco que se inspire en un pensamien­to de benevolencia ni de equidad.

Para dar siempre en lo justo sería menester que proviniese de un acto de reflexión. Ahora bien; la ri­sa es efecto de un mecanismo montado en nosotros por la Naturaleza, o lo que viene a ser lo mismo, por una antiquísima costumbre de la vida social. Y este mecanismo funciona de por sí, no tiene tiempo de pararse a ver dónde da. La risa castiga ciertas faltas, casi del mismo modo que la enfermedad castiga cier­tos excesos, hiriendo a inocentes y respetando a cul­pables, mirando siempre a un resultado general, en la imposibilidad de hacer a cada caso el honor de examinarle separadamente.

Así ocurre con cuanto se realiza por vías natura­les, sin el auxilio de la reflexión consciente.

En este sentido no puede ser la risa absolutamen­te justa, y repito que no debe ser tampoco buena. Su misión es la de intimidar humillando. No la cumpli­ría si la Naturaleza, previendo este efecto, no hubie­se dejado hasta en el mejor de los hombres un peque­ño fondo de maldad, o cuando menos de malicia.

Y será mejor no profundizar en este punto; pues no encontraríamos nada halagüeño para nosotros mismos. Veríamos que este movimiento de expan­sión no es sino el preludio de la risa, que el que ríe entra en sí mismo y afirma más o menos orgullosamente su yo, considerando al prójimo como un fan­toche, cuyos hilos tiene en su mano. Junto a esta presunción hallaríamos también un poco de egoís­mo, y detrás, algo menos espontáneo y más amargo, cierto pesimismo que se va afirmando a medida que el que ríe razona su risa.” (Págs. 144-146)

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Paréceme que el análisis de Bergson es francamente agudo y no puedo por menos que asombrarme y maravillarme ante la claridad de este pensador. Aun así, hay en mi opinión algo que queda al margen de sus apreciaciones: ve en la risa una planta que hunde sus raíces en la afirmación del yo, y que se sustenta por tanto en el orgullo; sin duda es así, pero frente a todo este aspecto negativo enfrenta sólo, como positivo, el beneficio social que supone la corrección a que mueve la humillación de ser objeto de risa. Sin embargo, en este lado de la balanza se deja algo de suma importancia en el tintero: la capacidad que tiene la risa para aligerar el, a veces, abrumante peso de la vida emocional. ¿Cómo soportar la dureza, a veces brutal, de la vida sin el humor? Bergson dice que para reír es necesario “no sentir”; cierto, pero a la fórmula, creo, se le puede dar la vuelta: al reír, “dejas de sentir”, aunque sea por un momento, de modo que la vida se aligera, la carga emocional se vuelve más liviana y esto permite recuperar fuerzas, quitarle gravedad al mundo; en una palabra, ayuda a disminuir la angustia existencial inherente a la condición humana. Y aún falta otro aspecto esencial; ¿hay algo más sano y reparador que reírse de uno mismo? Este linimento suaviza la amargura de ciertos bocados de la vida, y además nos quita “importancia”, es decir, juega en cierto modo como modulador del orgullo; es curioso que Bergson no tenga en cuenta este tipo de humor. Someterse a la humillación de reconocer las propias carencias o defectos, ante uno mismo y/o los demás, es una auto-humillación (en esto Bergson tendría que estar de acuerdo, en coherencia con su texto), que jugaría, en lo ontológico, el mismo papel que el reírse de los demás juega en lo social. Esto no quiere decir que no haya otros modos de llevar a cabo estas “correcciones”, modos quizá más nobles… pero yo no los conozco.

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