Última entrega de la Espiritualidad Creativa de Ferrer, en la que, a modo de resumen, da un repaso rápido a lo tratado a lo largo del libro y a su propuesta epistemológica: el denominado «giro participativo», no exento a mi modo de ver de tintes New Age con los que no me siento muy identificado, aunque debo reconocer que tengo prejuicios de cierta entidad a ese respecto. En fin, que cada uno lo someta a su criterio.
Una cosa más: soy consciente de que los fragmentos que he recogido de este libro dejan cojas algunas aproximaciones y conceptos, pero para evitarlo me hubiera visto obligado a colgar una enorme cantidad de texto; de todos modos, espero que la selección haya sido suficiente para abrir nuevas vías de reflexión.
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En la primera parte de este libro (Deconstrucción) he examinado tres principios o supuestos fundamentales de la mayoría de los estudios transpersonales: 1) experiencialismo, una comprensión de los fenómenos transpersonales y espirituales en términos de experiencias interiores individuales, 2) empirismo interno, una explicación empirista de la investigación y de la justificación epistemológica transpersonal, y 3) perennialismo, una visión esencialmente universalista del conocimiento espiritual, de la liberación espiritual y de los fundamentos espirituales últimos. El principal objetivo de la primera parte de este libro ha sido mostrar que estas propuestas, aunque una vez fueran valiosas y necesarias, hoy en día están asediadas por una gran cantidad de graves problemas que en última instancia corroen los objetivos de la orientación transpersonal desde su interior. A continuación ofrezco un resumen de la naturaleza de estas deficiencias.
Primero, al experiencialismo se le puede acusar conceptualmente de reduccionismo intrasubjetivo (es decir, la reducción de los fenómenos espirituales y transpersonales a la condición de experiencias privadas individuales) y de cartesianismo sutil (es decir, una comprensión inadecuada de los fenómenos espirituales y transpersonales según un modelo de conocimiento y cognición sujeto-objeto). Pragmáticamente, también hemos visto cómo el experiencialismo tiende a fomentar el narcisismo espiritual (es decir, el mal uso de las energías espirituales para reafirmar formas de existencia narcisistas o egocéntricas), y el estancamiento integrativo (es decir, la obstaculización del proceso natural por el que las realizaciones transpersonales y espirituales se integran en la vida cotidiana en la dirección de una transformación espiritual del yo, de las relaciones y del mundo). Segundo, el empirismo interno suele resultar en una colonización de la espiritualidad que no sólo carga a la investigación espiritual de ansiedades y pseudoproblemas objetivistas, sino que también tiene consecuencias perjudiciales para la tan necesitada legitimación contemporánea de la espiritualidad. Tercero, la adhesión al perennialismo es un compromiso prematuro que ha sido tomado acríticamente, incluso aunque la filosofía perenne no cuente con el apoyo de los estudios modernos sobre el misticismo comparado y construya importantes obstáculos para la hermenéutica transpersonal, el diálogo interreligioso y la investigación espiritual.
En la segunda parte del libro (Reconstrucción), he sugerido que estas limitaciones se pueden superar a través de un giro participativo en los estudios transpersonales y espirituales. El quid de este giro participativo reside en un cambio en nuestra comprensión de los fenómenos transpersonales y espirituales que desplace el énfasis desde las experiencias intrasubjetivas a los eventos participativos. En pocas palabras, el giro participativo concibe los fenómenos transpersonales y espirituales, no como experiencias interiores individuales, sino como eventos participativos que pueden producirse en distintos ámbitos, por ejemplo, en el de un individuo, una relación, una comunidad, una identidad colectiva o un lugar. Así pues, la dimensión intrasubjetiva de estos fenómenos se puede comprender mejor como la participación de la conciencia individual en estos eventos y no como su esencia fundamental o naturaleza básica. Más bien, la emergencia de un evento transpersonal puede potencialmente implicar la participación creativa de todas las dimensiones de la naturaleza humana, desde la transfiguración somática hasta el despertar del corazón, desde la comunión erótica hasta la co-creación visionaria y desde el conocimiento contemplativo hasta la percepción moral. En este libro he utilizado el término conocimiento participativo para referirme a este acceso creativo y multidimensional a la realidad.
Esta revisión conlleva una serie de importantes implicaciones emancipadoras para los estudios transpersonales y espirituales. Mencionaré aquí algunas de las más significativas. Para empezar, el énfasis en el conocimiento participativo libera los estudios transpersonales de su compromiso tácito con una epistemología cartesiana y los sitúa más en línea con las metas de la búsqueda espiritual, que tradicionalmente han apuntado hacia el logro, no de experiencias especiales o de estados alterados, sino del discernimiento liberado y de la sabiduría práctica. Además, este paso libera a los estudios transpersonales de sus restrictivas amarras empiristas y prepara el terreno para la articulación de una epistemología emancipatoria que ancla la validez del conocimiento espiritual, no en su correspondencia con realidades espirituales pre-dadas, sino en su poder liberador para el yo y el mundo (es decir, su capacidad para apartar a individuos, comunidades y culturas de visiones egocéntricas de la realidad y de formas de vida relacionadas con las mismas). Por último, el giro participativo trasciende el esencialismo y el reduccionismo de la filosofía perenne mediante la concepción de una pluralidad de liberaciones y fundamentos espirituales últimos potencialmente solapantes, aunque válidos de forma independiente, que son enactuados a través de la participación creativa humana en un poder espiritual siempre dinámico e indeterminado. Este paso facilita automáticamente un espacio interreligioso más dialógico, hace que las gradaciones espirituales jerárquicas a priori resulten desacertadas y emancipa las opciones espirituales individuales de fuentes externas de autoridad religiosa.
El principal fruto de esta revisión es la emergencia de una visión participativo de la espiritualidad humana: una visión que abraza tanto los paralelismos como las diferencias entre las tradiciones religiosas sin caer en los equívocos esencialismos de la filosofía perenne; una visión que acepta el papel formativo de los factores contextuales en la espiritualidad humana y simultáneamente enfatiza y fomenta el infinito poder creativo del Espíritu; una visión que redime el estatus ontológico y metafísico del conocimiento espiritual sin cosificar ningún fundamento espiritual último; una visión que hace hincapié en la centralidad de la liberación en la evaluación de la validez de las reivindicaciones de conocimiento espiritual sin caer en el relativismo espiritual o en la anarquía moral; en suma, una visión que restablece nuestra conexión íntima con la fuente de nuestro ser y expande la gama de opciones espirituales válidas a través de las cuales podemos participar creativamente en el Misterio de donde todo emana. (Págs. 227-229)
Pero, ¿acaso creo que la visión participativa no sólo es más fructífera sino también una comprensión final de los fenómenos transpersonales y espirituales? Sólo puedo responder a esta pregunta con un rotundo no. Como ya he dicho antes, en modo alguno pretendo sugerir que la visión participativa revela la verdad última respecto a la naturaleza del Espíritu. Ni la naturaleza indeterminada del Espíritu ni la cualidad dinámica del despliegue espiritual se pueden capturar plenamente mediante ningún marco conceptual. Tal como demuestra la historia de las ideas, toda pretensión de ultimidad ha demostrado invariablemente ser ingenua y engañosa. Aún más, cualquier reivindicación de verdad última sería hostil a la naturaleza del ser y del conocer expuesto por la visión participativa. Si el ser y el conocer, en lugar de ser pre-dados u objetivos, son enactuados, dinámicos y participativos, debería ser entonces evidente que las reivindicaciones de las verdades últimas, inmutables o universales son engañosas y distorsionadoras.
No hay duda, entonces, de que la visión participativa será refinada, modificada y finalmente deconstruida y ubicada a su debido tiempo. De ser aceptada en algún momento la visión participativa por los académicos transpersonales, por ejemplo, está claro que la aparición de sus limitaciones sólo sería una cuestión de tiempo (especialmente, ¡si es cosificada o tomada demasiado en serio!). Cuando quiera que esto ocurra, estaré más que dispuesto a unirme a sus críticos, pedir que se abandone y celebrar su asimilación o sustitución por visiones más adecuadas. La tesis de este libro no es que la visión participativa sea cierta de un modo absoluto u objetivo, sino que es más coherente con las metas de las tradiciones espirituales del mundo, y ofrece una forma más provechosa de pensar y vivir los fenómenos espirituales y transpersonales en nuestros días. Es sólo en este sentido más moderado que creo que podríamos decir que la visión participativa revela más verdad (comprendida aquí como coherencia dinámica con el despliegue del ser) que la experiencial sin caer en los extremos del absolutismo rígido o del relativismo vulgar. (…).
Más allá del absolutismo y el relativismo en los estudios espirituales
El giro participativo se puede contemplar como un intento de abrir un camino intermedio entre la Escila del absolutismo autoritario y la Caribdis de un relativismo autocontradictorio y moralmente pernicioso. Creo que este paso es fundamental no sólo para los estudios espirituales, sino también para la filosofía y la ciencia contemporáneas, (…).
Empezaré por admitir que ir más allá del absolutismo y el relativismo no es una tarea fácil. Nos llama a trascender muchos hábitos de pensamiento firmemente establecidos y a participar en las paradojas y el misterio que impregnan nuestro universo. Nos invita a superar miedos profundamente arraigados y encarar humildemente la incertidumbre y la complejidad. Nos exige admitir simultáneamente, en contra del absolutismo, que no hay un único relato Verdadero y, en contra del relativismo, que ciertos relatos son mejores que otros y que algunos pueden ser claramente distorsionadores y problemáticos. He de admitir que caminar por el filo de la navaja de semejante vía intermedia puede ser desconcertante y pesaroso, especialmente en el contexto de una matriz cultural todavía hechizada por el orgullo de la metafísica absolutista y constreñida por los supuestos del legado cartesiano-kantiano. Sin embargo, tal como hemos visto, muchas de las desconcertantes paradojas implicadas en ir más allá del absolutismo y el relativismo podrían ser más aparentes que reales. Más concretamente, sólo aparecen cuando estos intentos se consideran dentro de un universo de discurso absolutista y se disuelven cuando se plantean desde paradigmas de comprensión alternativos, como el participativo que se ha introducido aquí.
Me gustaría añadir que, incluso en el caso de que algo de la naturaleza autorreferencial o paradójica de los enfoques no absolutistas siga estando presente en estos paradigmas de comprensión alternativos, esto no necesariamente significa que se deban rechazar por ser contradictorios. Sin duda, es tentador convertir las paradojas en declaraciones contradictorias, pero argüiría que el ojo transpersonal puede ver en esto más bien una retirada hacia hábitos de pensamiento cartesianos, que un movimiento hacia modalidades de cognición transconceptuales y contemplativas. Desde una perspectiva transpersonal, el movimiento más allá del absolutismo y el relativismo se puede ver no como contradictorio, sino como paradójico. Debido a su naturaleza paradójica, las cuestiones que suscita no se pueden resolver por completo en la arena de la lógica formal (bivalente) o mediante paradigmas nuevos, mejorados o más globales. Aunque las paradojas no se pueden resolver conceptualmente, se pueden trascender en el ámbito de la acción y de la experiencia humana. En mi opinión, por ejemplo, muchas de las paradojas suscitadas por las propuestas no absolutistas desaparecen cuando uno se da cuenta de que, en lugar de ser posturas filosóficas que se deban defender lógicamente en un dominio de discurso absolutista, son actitudes frente a la vida y a los otros seres humanos que están abiertas a comprender y enriquecerse con lo que es diferente, así como entregadas al Misterio que la mente nunca podrá llegar a aprehender por completo. Como actitudes hacia la vida, más que posturas filosóficas, estas propuestas se pueden criticar, pero no refutar. Y es aquí donde emerge el poder potencialmente transformador de la paradoja: las paradojas son vías hacia formas de ser transpersonales, porque al mostrar ineluctablemente (y a veces humorísticamente) los límites del pensamiento lógico-racional, nos invitan a expandir nuestra conciencia y a entrar en el espacio de las modalidades de ser y de cognición transrracionales. (Págs. 231-233)
Si estoy en lo cierto respecto al poder generativo de la relación dialéctica entre la Unidad y la Multiplicidad, entonces quedarse estancado o congelado en uno de los dos polos considerándolo la Verdad no puede sino obstaculizar el despliegue natural de los impulsos creativos del Espíritu. Ésta es la razón por la que, aunque presentada originalmente en un contexto diferente, la siguiente observación de Habermas (1992) resulta pertinente aquí: «La prioridad metafísica de la unidad sobre la pluralidad y la prioridad contextualista del pluralismo sobre la unidad son cómplices secretos» (págs. 116-117). (Pág. 236)