Cabalgando al Tigre

viernes, 19 diciembre, 2008

El pensamiento del corazón (II): sobre el cambio de corazón

Filed under: Textos recomendados — by Aspirante a domador @ 10:35 am
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interior_heart_anatomySegunda entrega de El pensamiento del corazón, en el que Hillman describe cómo el ser humano ha pasado de poseer el «Corazón del León», sede del himma, a conformarse con el «Corazón de Harvey», una simple bomba que, además, se ha convertido en una amenaza para nuestra salud y supervivencia.

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Si el corazón es el lugar de las imágenes, un in­farto de miocardio (Jiartus = relleno, atiborrado, cebado, engordado) hace referencia a un corazón repleto de sus productos: las fantasías; está obs­truido por la abundancia de azufre, que no ha en­trado en circulación. Las fantasías han encontrado estrechamientos que les impiden el paso o han sido interpretadas literalmente como acciones-en-el-mundo, en lugar de como imaginaciones del cora­zón, pertenecientes a su circulación interna. Este mismo literalismo del azufre del corazón surge de nuevo en las teorías de las enfermedades cardía­cas, donde la grasa, el estrechamiento de la circula­ción, las hazañas-del-mundo (personalidad de tipo A) reaparecen como explicaciones. Estas explica­ciones dicen que somos atacados por el león que hay en nuestro pecho, por nuestro corazón lleno de himma, cuya magna flamma [«principio de combustibilidad» del corazón, Cf. pág. 28)] se empeña en que la enthymesis no cese nunca, en que cada latido del corazón devore nuestra vida y en que sólo pueda curarse si es percibido como un pensamiento del corazón. (Págs. 33-34)

 

Como ha señalado el fenomenólogo Robert Romanyshyn en sus conferencias sobre la teoría de Harvey, el punto de vista científico re­quiere el tipo de corazón que ve. La acción de de­mostrar crea lo que demuestra. Un corazón invi­sible de himma y el corazón valeroso del león no pueden sostenerse en la mano, así como tampoco puede calcularse el volumen de su sangre.

Si analizamos el corazón por medio de la per­cepción sensorial, creamos el corazón mecánico que describe Harvey. El himma actúa incluso en la ciencia -tal vez donde más actúa es en el pensa­miento científico- porque lo que imagina ésta se nos presenta como si fuera objetivamente real e in­dependiente de una imaginación subjetiva. La imaginación científica es el himma literalizado. […]

Tomemos nota: la evisceración de la tradición tiene lugar cuando el cora­zón pierde su relación con la naturaleza orgánica y su empatía con todas las cosas, cuando el núcleo de nuestro pecho pasa de una imaginación animal a una imaginación mecánica.

Cuando la gran tradición se convierte simple­mente en el pasado desde el cual evolucionamos, entonces se crea el marco adecuado para Darwin y la evolución progresiva que nos aleja de lo animal. Descartes, La Mettrie: el animal como máquina. Y se crea también el marco para el fin de la legitimidad divina de los reyes y el nuevo reinado del hombre: el humanismo. El propio corazón pasa de ser un im­perativo regio a ser el corazón del sentimiento, co­mún a todos; la fraternidad anímica acompaña a la máquina como contrapartida.

La transfiguración de nuestra cultura occiden­tal en un igualitarismo industrial con valores mate­rialistas fue la primera circunstancia que llevó a la transformación del corazón. El rey tenía que con­vertirse primero en una máquina, y la máquina en una pieza de recambio intercambiable de un pe­cho a otro. […]

La historia es psicología porque la tradición si­gue desarrollándose en el alma. El corazón mecá­nico y el corazón sentimental se siguen necesitando mutuamente, y ninguno de los dos se acuerda del león.

Hoy en día todos llevamos el corazón harveyano en el pecho: mi corazón es una bomba. Posee grue­sas paredes musculares que necesitan ejercicio. Si falla, le pongo un marcapasos o un bypass. Si se es­tropea irreparablemente, puedo hacer que un cardiólogo, llamado curiosamente Christian Barnard, me lo extirpe y lo sustituya por una pieza de re­cambio; esta operación, por cierto, fue presagiada por santa Catalina de Siena, a quien le fue conce­dido que Jesucristo ocupase el lugar de su corazón.

Para que el reloj de mi corazón no se pare, ha­go footing. El corazón ha de ser esbelto, delgado, elegante, por lo que busco extremos de intensidad, como el ocio absoluto o la excitación apasionada. El corazón ya no es aquel animal ardiente y amo­roso, ya no es el asiento del himma, rebosante de formas imaginativas. Ahora sus señales descodifica­das nos envían mensajes relativos a la esperanza de vida. Pues mi corazón puede insultarme, atacarme. Tengo que ganármelo: elijo esto para mi corazón, hago esto por mi corazón, estoy atento a mi cora­zón; lo someto regularmente a un reconocimiento médico. El modelo mecánico, por medio del cual observo el corazón como si fuera un objeto muerto que está fuera de mí, avanza con el progreso tecno­lógico desde el fuelle hidráulico de Harvey hasta el estetoscopio, hasta el electrocardiograma: mi cora­zón en una pantalla de televisión. Nuestra manera de imaginar su conservación es también mecánica: canales elásticos libres de obstrucciones, escasa vis­cosidad de la sangre, poca presión del volumen sanguíneo contra las paredes arteriales.

El corazón sigue siendo el rey, sigue siendo el que marca el paso, pero ahora se ha convertido en un tirano, pues las enfermedades cardíacas y cir­culatorias son «las que producen más muertes», y suelen atacar por la noche. No se puede confiar en él; no podemos fiarnos del órgano que antaño era el origen de la fe. El corazón se ha convertido en mi enemigo, mi asesino, mi muerte. (Págs. 38-42)

viernes, 12 diciembre, 2008

El pensamiento del corazón (I): sobre el himma y el deseo

Filed under: Textos recomendados — by Aspirante a domador @ 11:20 am
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el-pensamiento-del-corazonEn ésta y próximas entregas dejaré a vuestra discreción algunos fragmentos del muy recomendable libro El pensamiento del corazón, de James Hillman, Ed. Siruela (colección Biblioteca de ensayo), Madrid 1999 (trad. de Fernando Borrajo, 188 págs.).  Empecemos por estos breves pero enjundiosos fragmentos: el primero nos habla sobre  la facultad propia del corazón, el himma, y su alcance, y el segundo hace un análisis hermético del desear y establece su relación con el himma. Veréis que propone una perspectiva de lo más estimulante.

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Esta capacidad retórica imaginativa es el himma de que habla Corbin en su estudio sobre Ibn ‘Arabi:

Ese poder del corazón es lo que designa específica­mente la palabra himma, una palabra cuyo contenido tal vez aclare mejor el término griego enthymesis, que signifi­ca la acción de meditar, concebir, imaginar, proyectar, desear ardientemente: dicho de otro modo, de tener (al­go) presente en el thymos, que es fuerza vital, alma, cora­zón, intención, pensamiento, deseo. (CI, pág. 224)

Como explica a continuación, este himma -el pensamiento del corazón en Ibn ‘Arabi- es capaz de hacer esencialmente real un ser externo a la persona que está en esa situación de enthymesis. El himma hace «reales» las figuras de la imaginación, esos seres con los que dormimos, paseamos y char­lamos, los ángeles y demonios que, según Corbin, se encuentran fuera de la propia facultad de ima­ginar. El himma es el medio a través del cual las imá­genes, que consideramos invención nuestra, se nos presentan como algo ajeno, como creaciones puras, como criaturas auténticas; y, en opinión de Corbin, sin el don del himma caemos en los modernos en­gaños psicológicos. Interpretamos erróneamente el modo de ser de esas imágenes, las figuras de nues­tros sueños o las personas de nuestras fantasías.

Creemos que esas figuras son subjetivamente rea­les, cuando lo que queremos decir es que son imaginalmente reales: tenemos la ilusión de que son in­vención nuestra, de que nos pertenecen, de que forman parte de nosotros, de que son visiones. O bien creemos que esas figuras son externamente reales, cuando lo que queremos decir es que son esencialmente reales: tal ocurre con las ilusiones de la parapsicología y las alucinaciones. Confundimos lo imaginal con lo subjetivo e interno, y lo esencial con lo externo y objetivo. (Págs. 17-19)

 

Al mismo tiempo que arde, el azufre también se solidifica; eso es lo que pega: el mucílago, «la cola», el aglutinante, la viscosidad del acoplamiento. El azufre literaliza el deseo del corazón en el instante mismo en que el thymos se entusiasma. La combus­tión y la coagulación se producen simultáneamente. El deseo se hace indistinguible de su objeto. Estoy unido a lo que me quema; estoy ungido con la gra­sa de mi propio deseo, soy prisionero de mi propio entusiasmo, y por tanto estoy exiliado de mi pro­pio corazón cuando creo que más me pertenece. Perdemos el alma justo cuando la descubrimos: «Dulce Helena», dice el Fausto de Marlowe, «hazme inmortal con un beso./ Sus labios aspiran mi alma: ¡mira hacia donde vuela!». Por eso Heráclito tuvo que oponer thymos a psique. «Cuando el thymos desea algo, lo compra a costa del alma» (DK: 85).

La psicología llama ahora «proyección compul­siva» a este amor presente en el corazón del león. La base alquímica de este tipo de proyección es en realidad el azufre del corazón, que no quiere reco­nocer que está imaginando. El himma objetivo es literalizado en los objetos de su deseo. La imagina­ción es impulsada hacia delante. Así pues, la tarea no consiste tanto en rescatar este tipo de proyec­ciones (¿quién las rescata y dónde las coloca?) cuan­to en saltar tras lo que se proyecta y reivindicarlo como imaginación, reconociendo así que el himma requiere que las imágenes sean experimentadas siempre como cuerpos sensuales independientes. Hay diversos modos de proyección: no se trata de un mecanismo unitario. La proyección cordial re­quiere un tipo de conciencia igualmente leonino: orgullo, magnanimidad, coraje. Desear y compren­der el deseo: ése es el coraje que exige el corazón. […]. De momento basta con recono­cer que la proyección compulsiva es una actividad necesaria del azufre: la forma de pensar del cora­zón, donde pensamiento y deseo son una y la mis­ma cosa. (Págs. 29-31)

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