Segunda entrega de El pensamiento del corazón, en el que Hillman describe cómo el ser humano ha pasado de poseer el «Corazón del León», sede del himma, a conformarse con el «Corazón de Harvey», una simple bomba que, además, se ha convertido en una amenaza para nuestra salud y supervivencia.
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Si el corazón es el lugar de las imágenes, un infarto de miocardio (Jiartus = relleno, atiborrado, cebado, engordado) hace referencia a un corazón repleto de sus productos: las fantasías; está obstruido por la abundancia de azufre, que no ha entrado en circulación. Las fantasías han encontrado estrechamientos que les impiden el paso o han sido interpretadas literalmente como acciones-en-el-mundo, en lugar de como imaginaciones del corazón, pertenecientes a su circulación interna. Este mismo literalismo del azufre del corazón surge de nuevo en las teorías de las enfermedades cardíacas, donde la grasa, el estrechamiento de la circulación, las hazañas-del-mundo (personalidad de tipo A) reaparecen como explicaciones. Estas explicaciones dicen que somos atacados por el león que hay en nuestro pecho, por nuestro corazón lleno de himma, cuya magna flamma [«principio de combustibilidad» del corazón, Cf. pág. 28)] se empeña en que la enthymesis no cese nunca, en que cada latido del corazón devore nuestra vida y en que sólo pueda curarse si es percibido como un pensamiento del corazón. (Págs. 33-34)
Como ha señalado el fenomenólogo Robert Romanyshyn en sus conferencias sobre la teoría de Harvey, el punto de vista científico requiere el tipo de corazón que ve. La acción de demostrar crea lo que demuestra. Un corazón invisible de himma y el corazón valeroso del león no pueden sostenerse en la mano, así como tampoco puede calcularse el volumen de su sangre.
Si analizamos el corazón por medio de la percepción sensorial, creamos el corazón mecánico que describe Harvey. El himma actúa incluso en la ciencia -tal vez donde más actúa es en el pensamiento científico- porque lo que imagina ésta se nos presenta como si fuera objetivamente real e independiente de una imaginación subjetiva. La imaginación científica es el himma literalizado. […]
Tomemos nota: la evisceración de la tradición tiene lugar cuando el corazón pierde su relación con la naturaleza orgánica y su empatía con todas las cosas, cuando el núcleo de nuestro pecho pasa de una imaginación animal a una imaginación mecánica.
Cuando la gran tradición se convierte simplemente en el pasado desde el cual evolucionamos, entonces se crea el marco adecuado para Darwin y la evolución progresiva que nos aleja de lo animal. Descartes, La Mettrie: el animal como máquina. Y se crea también el marco para el fin de la legitimidad divina de los reyes y el nuevo reinado del hombre: el humanismo. El propio corazón pasa de ser un imperativo regio a ser el corazón del sentimiento, común a todos; la fraternidad anímica acompaña a la máquina como contrapartida.
La transfiguración de nuestra cultura occidental en un igualitarismo industrial con valores materialistas fue la primera circunstancia que llevó a la transformación del corazón. El rey tenía que convertirse primero en una máquina, y la máquina en una pieza de recambio intercambiable de un pecho a otro. […]
La historia es psicología porque la tradición sigue desarrollándose en el alma. El corazón mecánico y el corazón sentimental se siguen necesitando mutuamente, y ninguno de los dos se acuerda del león.
Hoy en día todos llevamos el corazón harveyano en el pecho: mi corazón es una bomba. Posee gruesas paredes musculares que necesitan ejercicio. Si falla, le pongo un marcapasos o un bypass. Si se estropea irreparablemente, puedo hacer que un cardiólogo, llamado curiosamente Christian Barnard, me lo extirpe y lo sustituya por una pieza de recambio; esta operación, por cierto, fue presagiada por santa Catalina de Siena, a quien le fue concedido que Jesucristo ocupase el lugar de su corazón.
Para que el reloj de mi corazón no se pare, hago footing. El corazón ha de ser esbelto, delgado, elegante, por lo que busco extremos de intensidad, como el ocio absoluto o la excitación apasionada. El corazón ya no es aquel animal ardiente y amoroso, ya no es el asiento del himma, rebosante de formas imaginativas. Ahora sus señales descodificadas nos envían mensajes relativos a la esperanza de vida. Pues mi corazón puede insultarme, atacarme. Tengo que ganármelo: elijo esto para mi corazón, hago esto por mi corazón, estoy atento a mi corazón; lo someto regularmente a un reconocimiento médico. El modelo mecánico, por medio del cual observo el corazón como si fuera un objeto muerto que está fuera de mí, avanza con el progreso tecnológico desde el fuelle hidráulico de Harvey hasta el estetoscopio, hasta el electrocardiograma: mi corazón en una pantalla de televisión. Nuestra manera de imaginar su conservación es también mecánica: canales elásticos libres de obstrucciones, escasa viscosidad de la sangre, poca presión del volumen sanguíneo contra las paredes arteriales.
El corazón sigue siendo el rey, sigue siendo el que marca el paso, pero ahora se ha convertido en un tirano, pues las enfermedades cardíacas y circulatorias son «las que producen más muertes», y suelen atacar por la noche. No se puede confiar en él; no podemos fiarnos del órgano que antaño era el origen de la fe. El corazón se ha convertido en mi enemigo, mi asesino, mi muerte. (Págs. 38-42)