Perteneciente a la colección de Olañeta “Los pequeños libros de la sabiduría”, textos breves en un formato muy aquilatado (11×14 cm.), María Tabuyo edita, traduce y prologa esta selección de una de las grandes santas del Islam, Râbi’a al-‘Adawiyya, que vivió el el siglo VIII (siglo II de la Hégira). A lo largo de estas páginas se pone en evidencia que el papel de la mujer en la espiritualidad musulmana, de gran importancia, nos resulta prácticamente desconocido, y como figuras muy relevantes en su época han caído en un injusto olvido: “Râbi’a es el ejemplo más célebre, pero no la única, y sin duda su renombre ha tenido el efecto colateral de mantener en la sombra la valiosa contribución de muchas otras. Por otra parte, subrayar su excepcionalidad ha servido también para mantener el tópico de la supuesta incapacidad de las mujeres para alcanzar ciertas metas de sabiduría y, muy especialmente, para alimentar las falsas imágenes del discurso occidental sobre el mundo islámico en general.” (Pág. 20)
Abundando en esto último, la idea más extendida sobre la forma de vida de aquella época no se ajusta a la realidad: “Porque lo que sí parece cierto es que, al menos en los primeros siglos de la Hégira, las mujeres vivían en el centro del espacio público, participando plenamente en la vida de la comunidad, [… y] se cuenta que incluso participaron en campañas guerreras, como Umm Haram, de la familia de Muhammad, que murió en el curso de una batalla (649). Además, y ya desde el principio, las mujeres desempeñaron papeles importantes en la historia del Islam: sus nombres aparecen en las cadenas de transmisión de los hadices proféticos, forman parte del linaje espiritual de los calígrafos, son ensalzadas como gnósticas y poetas, sin olvidar a las mujeres gobernantes, y a las que aparecen como amigas, maestras y discípulas de grandes espirituales musulmanes, como Fátima de Nishapur, maestra de Bâyazîd al-Bistâmî y Dhû’n-Nû’n al-Misrî, a la que as-Sulamî dedica encendidos elogios; Sha’wâna (s. II/VIII), «que vivía en al Ubulla […] Predicaba y recitaba el Corán a la gente. A sus sesiones acudían ascetas, espirituales, adoradores, todos los que estaban cerca de Dios, y los maestros de los corazones y de la abnegación»; Al-Wahatiyya Umm al-Fadl (s. IV-V/X), «única en su discurso, su conocimiento y su estado espiritual. Era compañera de la mayor parte de los maestros espirituales de su tiempo […]. El shaykh e imam Abû Sahl Muhammad ibn Sulaymân acudía a sus sesiones de enseñanza y escuchaba sus lecciones, como hacía también un grupo de shaykhs sufíes, como Abû al-Qâsim ar Râzî, Muhammad al Farrâ, ‘Abdallâh al-Mu’allim (el Maestro), y otros de su generación», o Fátima bint al-Muthanna (s. XIII e.c.), a la que Ibn ‘Arabî ensalza como maestra y sitúa entre las grandes mujeres ascetas de Córdoba. La lista sería interminable […]. Importantes no sólo en el sufismo, sino en la espiritualidad y la sociedad musulmana en general, resultaría imposible escribir una historia del Islam sin contar con ellas, aunque poco a poco, con el transcurrir del tiempo, se fuera asistiendo a su apartamiento a la esfera privada, en lo que algunas investigadoras musulmanas designan como «la gran ocultación» [Nelly Amri] y otras «una tradición velada» [Rkia E. Cornell].” (Págs. 48-50)
Otro prejuicio del que nos advierte Tabuyo es el que presenta a Râbi’a como un ser extraordinariamente emocional en su concepción del amor: “[…] parece conveniente situar ese amor en su verdadera dimensión, es decir, un amor que no se confunde con sensiblería ni es proyección de perturbaciones mentales o trastornos afectivos, sino amor sabio, recio, vigoroso, incondicional.” (Pág. 26)
A continuación os dejo algunos de los dichos que aparecen en este volumen.
“Un día la gente vio a Râbi’a corriendo apresurada con una antorcha en una mano y un cubo de agua en la otra; le preguntaron:
-Señora del Otro mundo, ¿a dónde vas? ¿Qué andas buscando?
Y ella contestó:
-Voy al cielo. Quiero prender fuego al Paraíso y apagar el fuego del Infierno. Así, Infierno y Paraíso desaparecerán y sólo quedará Aquel al que se busca. Entonces pensarán en Dios sin esperanza ni temor y, de este modo, Le adorarán verdaderamente. Pues, si no existiera la esperanza del Paraíso ni el temor al Infierno, ¿acaso no adorarían al Veraz? ¿No le obedecerían? ¿No le amarían a Él solo por Él solo?” (Pág. 59)
“-Tú- le dijo Hasan- conoces el porqué de las cosas, pero a nosotros no nos es dado conocerlo. Háblame de lo que se te ha revelado.
-Hoy- respondió Râbi’a- fui al mercado con dos rollos de cuerda; los vendí por dos monedas, para comprar comida. Cogí una moneda en cada mano; no quise ponerlas juntas no fuera a ser que me desviaran de la vía recta.” (Págs. 77-78)
“Decía Râbi’a:
¡Oh Dios mío!
Cuantos bienes me hayas destinado en este mundo,
dáselos a tus enemigos,
y cuanto me hayas reservado en el otro mundo,
dáselo a tus amigos.
Porque a mí, Tú me bastas.” (Pág. 81)
“Se le preguntó a Râbi’a en qué momento el servidor de Dios se encuentra en un estado de abandono:
-Cuando la desgracia le alegra tanto como la felicidad- contestó” (Pág. 86)
“Râbi’a preguntó un día a al-Thawrî:
-Qué es para ti la generosidad?
-Para los hijos de este mundo- respondió él- es dar abundantemente de los propios bienes. Para los hijos del otro mundo, es darse abundantemente ellos mismos.
-No, te equivocas- dijo ella.
-¿Qué es entonces para ti?
-Es servirle por amor, sin esperar por ello ventaja ni recompensa ninguna.” (Págs. 95-96)
“Se cuenta que Râbi’a envió a Hasan al-Basrî estas tres cosas: cera, una aguja y un cabello. Y mandó al mensajero que le dijera:
«Hasan, arde como esta vela, e ilumina a los hombres. Comienza por estar desnudo como esta aguja, y solamente entonces entrégate a la acción. Cuando hayas hecho estas dos cosas, hazte tan fino [imperceptible] como este cabello si quieres que tu esfuerzo no haya sido en vano.” (Pág. 97)
“Se cuenta que un día Râbi’a se encontró con el ángel de la muerte:
-¿Quién eres?- preguntó.
-¡Soy el demoledor de las delicias, quien deja tras de sí viudas y huérfanos!- dijo.
Râbi’a le respondió:
-¿Por qué te presentas en tus aspectos más crueles? ¿No podías decir: soy aquel que une al amante y al amado?” (Pág. 133)