Cabalgando al Tigre

martes, 29 enero, 2008

Realidad daimónica (IX): guía al Otro Mundo

Filed under: Textos recomendados — by Aspirante a domador @ 11:09 am

perseo.jpg

En su Realidad daimónica, Harpur nos da unas claves para enfrentarnos al mundo daimónico.

————–

Si es correcto -y lo es- leer motivos psicológicos en términos de mitología, también es posible leer mitos psi­cológicamente. (Una conciencia daimónica como la que posee el chamán no distinguiría entre mitología y psico­logía.) Así pues, a modo de ejemplo de cómo puede abor­darse el Otro Mundo de una forma no hercúlea, por ejemplo, me gustaría detenerme en otro de mis mitos predilectos: el de Perseo. Resultaría demasiado extenso ofrecer una lectura completa de su historia, que, aunque no es muy larga, es muy profunda. Además, realmente no es posible ni deseable traducir un mito a términos que no sean los suyos propios. Sin embargo, algunas partes de la historia de Perseo pueden sernos de provecho a la hora de enfrentarnos a lo que es ajeno.

Su tarea es dar muerte a Medusa, una de las tres Gorgonas, y traer su cabeza. Medusa habita en un tipo particular de Inframundo, la tierra occidental de los hiperbóreos, donde vive entre las imágenes erosionadas de hombres y bestias a los que ha convertido en piedra solamente con mirarlos (es su extrema fealdad -serpien­tes en lugar de cabello, grandes colmillos, lengua promi­nente y ojos furiosos- lo que los ha petrificado). Es evi­dente que, aquí, el abordaje directo y literal de Hércules resultaría inapropiado. Su fuerza sólo actuaría en contra de sí mismo, pues se volvería de piedra antes de poder alzar su garrote.

Es difícil saber lo que representa Medusa en el senti­do psicológico. Con ella, todo parece detenerse. Cabría suponer que, cuando estamos profundamente deprimi­dos, «encallados» de forma crónica o, en casos extremos, catatónicos, estamos viendo a Medusa actuar sobre noso­tros. Ella yace en lo más profundo del inconsciente. Es una especie de límite, frío e inamovible, más allá del cual no podemos pasar; y, como tal, está relacionada muy de cerca con Hades, Tánatos, la muerte.

Hace falta mucha deliberación y preparación para enfrentarse a Medusa. Es algo que requiere la ayuda de más de una perspectiva y más de un dios. Sabiamente, Perseo consulta en primer lugar a Atenea, que se lo lleva a Dicterión, en Samos, donde están expuestas unas imá­genes de las Gorgonas, para que así pueda distinguir a Medusa de sus dos hermanas. Así aprende, como si dijé­ramos, a asimilar lo que ya se conoce sobre el inconscien­te y a diferenciarlo de otros contenidos que se le puedan parecer. Atenea también le enseña a no mirar a Medusa directamente, sino sólo su reflejo, y para ello le entrega un escudo extremadamente pulido. Éste puede verse como el primero de los distintos atributos o virtudes que Perseo, como buen chamán, ha de obtener. Nos damos cuenta de que la reflexión, la absorción retroactiva de experiencia e imágenes pasadas, es clave para abordar el Otro Mundo. De Hermes, Perseo obtiene una hoz dia­mantina. Se trata de un arma letal, pero, a diferencia del garrote de Hércules, es afilada, incisiva y no está tan conectada con la guerra, pongamos, como con la siega.

El escudo y la hoz le permitirán llevar a cabo su tarea; pero, para regresar con vida, necesita otras tres cosas: un par de sandalias aladas, como las de Hermes, para volar velozmente, una alforja donde meter la peligrosa cabeza cercenada y el negro casco de la invisibilidad que perte­nece a Hades. Para conseguirlos, tiene que hacer un viaje preliminar al Inframundo, donde se encuentran las ninfas estigias que están a cargo de estos artículos. Pero, para encontrarlas a ellas, primero tiene que visitar a las tres Greas, las únicas que saben dónde pueden hallarse las ninfas estigias. Las Greas son hermanas de las Gorgonas, y Perseo, al estilo hermético, las engaña para que lo orienten. En otras palabras, una escaramuza preliminar con contenidos del inconsciente parecidos a la Gorgona, aunque menos mortales, le permite ubicarse en la pers­pectiva ultramundana.

Una vez ha localizado a Medusa, Perseo se acerca a ella caminando hacia atrás y sosteniendo su escudo puli­do para atrapar su imagen, de modo que no tenga que mirarla directamente. Así es capaz de decapitarla con la hoz hermética. Observemos que su acercamiento es el opuesto al de Orfeo. Éste, al mirar hacia atrás a su espo­sa Eurídice mientras se la lleva fuera del Inframundo, reflexiona (mira hacia atrás) prematuramente, es decir, adopta una perspectiva del ego que es inapropiada para el reino del alma, que lo separa del alma, llevándosela y haciendo que la pierda (como perdió a Eurídice). Perseo, por su parte, muestra otra manera, más daimónica, de usar la reflexión en el Inframundo. En lugar de adoptar la perspectiva racional del ego «normal» de Orfeo, que capta la imagen ultramundana (inconsciente) de frente, invierte herméticamente el procedimiento… avanzando hacia atrás y reflejando hacia delante. Paradójicamente, la perspectiva del ego es guiada hacia delante por la refle­xión de la imagen del alma, imagen que ve reflejada tras de sí. Para enfocar el procedimiento de otra manera, podríamos decir que la Gorgona es una imagen peligrosa cuando se la aborda literalmente (directamente, de fren­te), pero a la que se neutraliza cuando se la trata como imagen de una imagen. Como una negación doble, el reflejo la vuelve positiva en el sentido de que la reconoce como real pero no como literal. La imagen es peligrosa si se la toma literalmente, pero, si se la toma seriamente como una imagen, la Gorgona se vuelve vulnerable, sus­ceptible de que le den muerte.

De pronto, del cadáver de Medusa nacen el caballo alado Pegaso y el guerrero Crisaor, engendrados ambos por el dios del mar Poseidón. Así pues, su muerte no es mera destrucción a la manera de Hércules, sino una libe­ración de nuevas formas de energía vital generadas por el inconsciente oceánico.

Con todo, Perseo aún debe escapar de la cólera de las dos hermanas de la Gorgona, lo que logra hacer cubrién­dose con su casco de invisibilidad y echando a volar con las sandalias aladas. Estos artículos chamánicos son en realidad poderes que ha obtenido. El casco, que perte­nece a Hades, significa la perspectiva de la muerte: la muerte del ego consciente y la adquisición del ego dai­mónico, que al estar en armonía con el reino daimónico es invisible en él. Las sandalias significan la perspectiva de Hermes, que, excepcionalmente, era capaz de volar de un lado a otro entre las alturas del Olimpo, la superficie de la Tierra y las profundidades del Inframundo, adonde se encargaba de conducir a las almas de los muertos. También es Hermes el que ayuda a Perseo a llevar la alforja mágica que contiene la cabeza de la Gorgona. Esto nos dice que, con el fin de hacer conscientes peligrosos contenidos inconscientes, debemos iniciarnos en un espacio dentro de la conciencia que tenga una afinidad estigia con la muerte y, por lo tanto, sea lo bastante fuer­te para albergar esos contenidos. Una vez conteni­dos -asimilados-, los contenidos ya no son antagonistas; al contrario, podemos utilizar su poder como propio, al igual que Perseo utilizó la cabeza de la Gorgona para petrificar a sus enemigos. Observemos que ésta es dema­siado pesada para poderla transportar sin la ayuda de Hermes.

No tengo espacio suficiente para comentar todo lo que el mito de Perseo da de sí. Pero mencionaré sólo uno o dos aspectos de sus aventuras posteriores, en especial su victoria sobre Andrómeda. Ésta se encontraba desnu­da y encadenada a un acantilado como sacrificio a un monstruo marino que estaba devastando el reino de su padre. Su salvación es la parte órfica de la historia de Perseo. El monstruo marino está vinculado con Medusa -otra versión de Medusa, quizá- a través de Poseidón. Sin embargo, esta vez no es Perseo quien mira el reflejo del monstruo, sino que a éste lo distrae la imagen de Perseo reflejada en el agua, permitiéndole a él bajar volando y decapitarlo. Descubrimos así que el modo en que el inconsciente se enfrenta a nuestras imágenes -en que nos imagina- es tan importante como el modo en que nosotros lo imaginamos.

El de Perseo me recuerda al mito inuit (esquimal) sobre la Madre de las Criaturas Marinas de las que depende todo ser vivo. En época de mala pesca, es tarea del chamán de la tribu visitar a esta diosa y persuadirla de que libere a las tan necesarias criaturas. El problema es que, al estilo de Medusa, es una arpía espantosamente fea que huele a pescado y tiene el pelo hecho una mara­ña. Puesto que habita en lo más hondo del mar, el viaje del chamán es especialmente arriesgado: tiene que sumer­girse en un estado de trance o éxtasis durante un tiempo prolongado, y siempre hay riesgo, como en cualquier incursión en el reino daimónico del inconsciente, de «ahogarse». El método que emplea para propiciar a la Madre de las Criaturas Marinas es inesperado. No hay coerción, por ejemplo, y ni hablar de arrastrarla hacia arriba, hacia la conciencia, puesto que ella es el cimiento de todo ser. En lugar de eso, el chamán simplemente ha de superar su propio temor ante el aspecto de la diosa y pei­narla. He aquí, pues, otra lección sobre cómo abordar el Otro Mundo: con valor, respeto y ternura. (Págs. 401-408)

domingo, 20 enero, 2008

Realidad daimónica (VIII): El error del humanismo

Filed under: Textos recomendados — by Aspirante a domador @ 12:56 pm

angel.gifDe la Realidad daimónica, una reflexión sobre el aspecto reduccionista (y reductor) del humanismo, así como del carácter eminentemente sentimental de la metalidad norteamericana junto los peligros que entraña en relación al mundo daimónico. Me ha costado, pero creo que he encontrado una imagen a la altura: a ver quién es capaz de encontrar algo más pasteloso. Con lucecitas y todo. Una recomendación: no la miréis mucho rato; tiene un ligero efecto laxante.

———————-

El humanismo nos llevaría a creer que sólo somos humanos. Pero los héroes de antaño eran medio humanos y medio dioses. Vemos aquí una metáfora del empareja­miento del ego con una personificación de lo daimónico o lo divino. Suprimir la segunda mitad de la pareja no es suprimir lo divino -los dioses son inmortales-, sino más bien forzarlo a tratar de hallar expresión a través de la mitad humana, el ego. Esto resulta en la afección psicoló­gica conocida como «inflación»: el ego, habiendo dejado de reconocer y mantener el contacto con lo daimónico, se acaba identificando con ello, como si lo daimónico, al no disponer de ningún otro espacio donde manifestarse, se viera obligado a invadir el mismo reino del que había sido erradicado. El ego, entonces, se infla más allá de sus límites naturales por el influjo daimónico. Empieza a ima­ginar que tiene poderes divinos (así como los humanos nos imaginamos que somos el fin y la razón de todo); o, en casos extremos, se imagina que es Dios (como en los delirios paranoicos). De hecho, nuestra visión humanista contiene, como ya he insinuado, elementos de un estado delirante paranoide. La mayoría de las vías de moda por las que intenta­mos mitigar el sufrimiento de nuestras almas -nuestras psicopatologías- remiten a modelos humanísticos, como las psicoterapias, que lo interpretan todo de una forma personal, o bien a modelos espirituales, con los que tra­tamos de trascender el sufrimiento desarrollando alguna especie de mística «conciencia más elevada». Ambos métodos son hostiles al alma, que no quiere que la huma­nicen y la personalicen (quiere que se reconozcan sus aspectos inhumanos e impersonales), ni quiere tampoco que la trasciendan, la alcen y la ajusten a las perspectivas del espíritu. En realidad, desde el punto de vista del alma, estos métodos y disciplinas no liberan a los dáimones de la represión, como aseguran, sino que infligen una forma de represión distinta y más sutil. Para el alma, son como autoengaños. No es de extrañar, pues, que preten­da contrarrestarlos con engaños propios…, haciendo que confundamos los nuestros con una verdad más profunda.

Las denuncias de abducciones proceden de muchas partes del globo. Pero la mayoría -y, además, casi todas las abducciones de los grises- proceden de Estados Uni­dos. Algunos psicólogos se han preguntado por qué estas pequeñas y siniestras criaturas están especialmente inte­resadas en los norteamericanos. No hay una respuesta a esta pregunta; pero si tuviera que inventarme una, estaría tentado de decir que tiene algo que ver con el énfasis americano, en la cultura popular al menos, sobre el senti­miento. Puede que en ninguna otra parte la gente acuda tan fácilmente a los modelos psicoterapéuticos para lidiar con misterios y problemas que solían ser del dominio de la religión. Y estos modelos están predominantemente orientados hacia el sentimiento. No es que los sentimien­tos sean algo malo. Es evidente que debemos estar en con­tacto con ellos, sentir nuestra ira, pena, alegría y demás; sentirnos bien con nuestro sí-mismo.

Pero, en cierto sentido, esta filosofía resulta simplis­ta, sentimental y susceptible de caer en el mero hedonis­mo. Los alienígenas nos cuentan que ese sentimiento no basta. Ellos no muestran sentimientos, ni les impor­tan un comino los nuestros. Ignoran a los abducidos cuando éstos se quejan de que se están violando sus derechos humanos; nos recuerdan que no existen derechos sin obligaciones, y que las nuestras respecto a los dáimones han sido descuidadas de forma flagrante. Los grises nos desconciertan porque no fomentan nuestra creencia en la primacía de los sentimientos, la calidez, el crecimiento personal, la actitud positiva, la luz y la «conciencia elevada». Por el contrario, parecen impasi­bles, fríos, paralizantes, negativos, oscuros y sin ningún interés en elevar nuestra conciencia. Budd Hopkins piensa que los grises nos necesitan para que les enseñe­mos qué es la emoción y cómo dar cariño a sus hijos; pero, si es así, olvida mencionar qué necesitamos apren­der nosotros a cambio. Debemos aprender que bajo la superficie cálida están las frías profundidades. Los alie­nígenas reflejan, compensan y contramandan nuestras actitudes conscientes, mostrándonos el rostro que les mostramos nosotros y, al mismo tiempo, mostrándonos nuestro otro rostro, desconocido. Nos inician en el Inframundo, nos quitan nuestra perspectiva mundana y nos conectan con lo que está debajo, con lo que está detrás, con la muerte. Y es que: ¿cuál era el ritual iniciático central en Eleusis? Era el mito de Deméter, Core (Perséfone) y Hades, en que el alma (Core) era arrebata­da a la fuerza de una vida cálida de mimos y cuidados (Deméter) para casarse con el alienígena Hades -el rico, frío, inamovible y antinatural-, donde se convertía en Perséfone, «la que trae la destrucción». (Págs. 398-401)

domingo, 13 enero, 2008

Realidad daimónica (VII): La búsqueda de John Keel

Filed under: Textos recomendados — by Aspirante a domador @ 7:32 pm

hermes.jpg

En su Realidad daimónica Harpur comenta el caso de Jonh Keel como ejemplo de buscador, en complementariedad (más que en oposición) al chamán, que recibe su iniciación por medios tradicionales, regulares. Veremos cómo se comporta la realidad daimónica cuando se hace una aproximación demasiado literal a ella; en este fragmento queda clara la ambigüedad propiamente liminal del mundo daimónico.

—————–

Una búsqueda puede imaginarse como una versión extrovertida de la introversión del chamán; tal vez sean el exterior y el interior del mismo camino. A diferencia del chamán, pasivo ante los seres ultramundanos que lo desmiembran, el buscador es activo, resuelto y hasta obsesivo. Para establecer una analogía mitológica, no es tanto Orfeo, el chamán arquetípico, como Ulises, Jasón o Eneas, cuyos viajes se produjeron a través de este mundo, aunque a cada vuelta los acosaban intrusiones proceden­tes del otro. (En términos cristianos, la búsqueda es un peregrinaje, mientras que el viaje del chamán es la ascen­sión mística hacia Dios.) El peligro para el chamán es que puede adentrarse demasiado o ir poco preparado al Otro Mundo y, así, perder su alma; el peligro para el buscador es justo lo contrario: el Otro Mundo está demasiado cerca de él y amenaza con sobrepasarlo y poseerlo. Incluso cuando se aferra a la perspectiva de este mundo, que el chamán se ve obligado a abandonar, lo acribilla lo ultramundano. El canto de las sirenas lo atrae a las rocas donde naufragan las mentes. La paranoia siempre está a la vuelta de la esquina. El buscador es especialmente vulne­rable a esa mezcla de ilusión y revelación que analizaba antes.

Pero quiero dar un ejemplo de búsqueda moderna, emprendida por el pionero investigador de anomalías John A. Keel. Aunque tengo que resumirla de forma con­siderable, de todos modos la citaré más extensamente de lo acostumbrado para proporcionar una idea del matiz que caracteriza a la búsqueda.

«Al cabo de un año de embarcarme en mi campaña a tiempo completo de investigación sobre ovnis en 1966», escribe el señor Keel, «el fenómeno se había focalizado en mí, como había hecho con el editor periodístico britá­nico Arthur Shuttlewood y muchos otros. Al principio mi teléfono estaba como loco, con misteriosos descono­cidos llamando día y noche para dejar mensajes raros «de gente del espacio». Luego me vi catapultado al onírico y fantasioso mundo de la demonología. Fijé citas con Cadillacs negros en Long Island (Nueva York) y, cuando intentaba perseguirlos, desaparecían de manera imposi­ble en callejones sin salida… Objetos aéreos luminosos parecían seguirme por todas partes como perros falderos. Era como si los objetos supieran adónde iba y dónde había estado. Me registraba en un motel elegido al azar y descubría que alguien había hecho una reserva en mi nombre… Me acosaban coincidencias imposibles, y algu­nos de mis amigos más cercanos de Nueva York (…) empezaron a informarme de experiencias extrañas pro­pias: espíritus que aparecían en sus apartamentos, hedo­res a sulfuro de hidrógeno que los perseguían… Más de una vez me desperté en plena noche y me encontré con que no podía moverme y con una aparición enorme y oscura encima de mí. Durante un tiempo dudé de mi pro­pia cordura…»

El señor Keel, en efecto, estaba cerca de volverse loco. Éste es el aspecto que adopta la realidad daimónica cuan­do nos aproximamos a ella de un modo demasiado racio­nal, demasiado centrado en explicarla, demasiado de este mundo; es decir, cuando nos aproximamos a ella al estilo arquetípico de Apolo. Pero la actitud apolínea, como ya he comentado, invoca a la de su hermano Hermes, patro­no de la realidad daimónica en sí. Como dios de las fron­teras, los caminos y los viajeros, se hace particularmente evidente en las búsquedas; como deidad embaucadora, es especialista en provocarnos hasta lo intolerable, lleván­donos más allá de todo límite racional. Le encanta hosti­gar a la conciencia apolínea produciendo fenómenos psí­quicos que parecen pruebas de la realidad literal de lo daimónico… para luego dejarnos con las manos vacías. Caricaturiza la profecía apolínea enviándonos prediccio­nes que al principio resultan certeras e infalibles. Entonces nos suelta la definitiva -la fecha del fin del mundo es su preferida- y ésta resulta ser falsa.

Aunque, en otro sentido, es verdad: nuestros peque­ños universos se acaban para siempre cuando los engulle la avalancha ultramundana. Keels recibió gran cantidad de mensajes herméticos, no sólo de supuestas entidades ovni, sino a través de médiums en trance y «escritura automática». La asombrosa exactitud de sus predicciones lo persuadió de creer en el súbito aluvión de prediccio­nes, procedentes de varias de estas fuentes, sobre un cata­clismo que iba a destruir la ciudad de Nueva York. Huyó. El desastre no se produjo. Lo habían timado. Empezó a comprender que los mensajes de extraterres­tres y espíritus no debían ser tomados más literalmente que las entidades en sí. De hecho, empezó a darse cuenta de que éstas no eran lo que afirmaban; por ejemplo, no venían de otros planetas, sino de alguna realidad de otro orden inherente a ésta. Los llamó «ultraterrestres» o «elementales». Continúa así: «Desarrollé un elaborado sistema de controles y balances para excluir a los estafa­dores. Personas no relacionadas entre sí y de distintos estados entraron a formar parte de mi cadena secreta hacia ese «otro mundo». Pasé meses jugando a los travie­sos juegos de los elementales, buscando inexistentes bases de ovnis, intentando hallar el modo de proteger a los testigos de los «hombres de negro»… Allá donde iba parecían estallar manifestaciones de espíritus. Era difícil juzgar si yo estaba creando esas situaciones involuntaria­mente o si eran del todo independientes de mi mente».

Pero éste no es un caso de «si… o…». Y no sólo es difícil juzgar, sino que es imposible. Cualquier intento de encasillar a los dáimones sólo los fortalece, al igual que Anteo extraía fuerza de su madre tierra cada vez que Hércules lo arrojaba al suelo. Si sostenemos que están «sólo dentro de la mente», entonces aparecen fuera de nosotros, apoyados por pruebas aparentemente objeti­vas; si sostenemos que están fuera de nosotros, aparecen como sueños, fantasías y voces en nuestras cabezas. Incluso cuando Keel los persiguió con gran determinación, creyendo en su existencia literal, le devolvieron el reflejo de esa literalidad, adoptando un aspecto literal pero a la vez evaporándose entre sus manos, tomándole el pelo y volviéndole loco hasta que empezó a vislumbrar su ambivalencia.

«Ahora, al mirar atrás, puedo ver lo que estaba ocu­rriendo realmente», continúa Keel. «El fenómeno me estaba introduciendo poco a poco en aspectos que nunca antes había considerado. Me condujo paso a paso desde el escepticismo a la credulidad y -aunque parezca menti­ra- a la incredulidad.» Se refiere, por supuesto, a la incre­dulidad en la existencia literal de sus torturadores. No es que no crea en ellos. Pero ha aprendido que no son como nosotros pensamos, ni como quisiéramos que fueran: fia­bles, espirituales, seres puros que ofrecen una sabiduría más elevada. Y, aun así, «cuando mis pensamientos se torcían y mis conceptos eran erróneos, en realidad el fenómeno me devolvía al camino correcto. Se trataba de un proceso educativo y mis maestros eran muy, muy pacientes. Otras personas que se han visto involucradas en esta situación no han tenido tanta suerte. Se instalaban en un solo marco de referencia y rápidamente los engu­llía el desastre».

Aquí vemos otro aspecto de Hermes-Mercurio, no el embaucador sino el psicopompo o guía de almas. Sus ar­dides no sólo confunden, sino que también nos conducen a la verdad; sus mensajes no sólo inducen a error, sino que también son «mensajes de los dioses», de los que él es mensajero. Y también, recordémoslo, se encarga de los sueños, otra forma de mensaje divino que figura de forma prominente en las búsquedas.

«Proceso educativo» es una manera suave de describir la búsqueda de Keel, pero sirve. Pues la característica que mejor distingue la búsqueda de la iniciación chamánica tal vez sea el acento en el aprendizaje. En el transcurso de sus búsquedas entre islas mágicas y antagonistas sobrena­turales del tipo de los de Keel, tanto Ulises, el héroe de Homero, como Eneas, el de Virgilio, visitaron el Inframundo, donde cabe esperar que recibieran una ini­ciación chamánica. De hecho, fueron allí tan sólo para consultar a los muertos y aprender de ellos. Si todos los buscadores demostraran la misma voluntad de escuchar y aprender, de prestar una honda atención a los fenómenos daimónicos en lugar de combatirlos o tratar de insertar­los en un esquema racional, entonces aprenderían, como Keel, a cruzar el estrecho puente que media entre un tipo de locura y el otro.

El primero es la locura que restringe el Otro Mundo a «un solo marco de referencia», por lo que nos aisla no sólo de la realidad daimónica, sino también de nuestras propias almas, como a ideólogos dogmáticos y superra­cionales. La locura alternativa consiste en perder todos los marcos de referencia y quedar confinado tan sólo al Otro Mundo, como las pobres almas que pasan sus días conversando con espíritus en un manicomio. Keel adqui­rió la cordura de la «doble visión», la capacidad de creer y no creer. Aprendió a reconocer y nombrar a los dáimo­nes por lo que son, en toda su ambigüedad. Si construía marcos de referencia, eran provisionales y relativos, para salvaguardar su razón sin violentar la infinita riqueza y complejidad del reino daimónico. Y, por encima de todo, aprendió que la búsqueda no conduce a una solución definitiva, a una verdad absoluta; ella misma es la verdad. El camino que emprendemos nos transforma, y nos sen­timos a gusto con Hermes en el sendero que no tiene un final en este mundo, ni quizá tampoco en el siguiente. (Págs. 356-361)

Página siguiente »

Blog de WordPress.com.