En su Realidad daimónica, Harpur nos da unas claves para enfrentarnos al mundo daimónico.
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Si es correcto -y lo es- leer motivos psicológicos en términos de mitología, también es posible leer mitos psicológicamente. (Una conciencia daimónica como la que posee el chamán no distinguiría entre mitología y psicología.) Así pues, a modo de ejemplo de cómo puede abordarse el Otro Mundo de una forma no hercúlea, por ejemplo, me gustaría detenerme en otro de mis mitos predilectos: el de Perseo. Resultaría demasiado extenso ofrecer una lectura completa de su historia, que, aunque no es muy larga, es muy profunda. Además, realmente no es posible ni deseable traducir un mito a términos que no sean los suyos propios. Sin embargo, algunas partes de la historia de Perseo pueden sernos de provecho a la hora de enfrentarnos a lo que es ajeno.
Su tarea es dar muerte a Medusa, una de las tres Gorgonas, y traer su cabeza. Medusa habita en un tipo particular de Inframundo, la tierra occidental de los hiperbóreos, donde vive entre las imágenes erosionadas de hombres y bestias a los que ha convertido en piedra solamente con mirarlos (es su extrema fealdad -serpientes en lugar de cabello, grandes colmillos, lengua prominente y ojos furiosos- lo que los ha petrificado). Es evidente que, aquí, el abordaje directo y literal de Hércules resultaría inapropiado. Su fuerza sólo actuaría en contra de sí mismo, pues se volvería de piedra antes de poder alzar su garrote.
Es difícil saber lo que representa Medusa en el sentido psicológico. Con ella, todo parece detenerse. Cabría suponer que, cuando estamos profundamente deprimidos, «encallados» de forma crónica o, en casos extremos, catatónicos, estamos viendo a Medusa actuar sobre nosotros. Ella yace en lo más profundo del inconsciente. Es una especie de límite, frío e inamovible, más allá del cual no podemos pasar; y, como tal, está relacionada muy de cerca con Hades, Tánatos, la muerte.
Hace falta mucha deliberación y preparación para enfrentarse a Medusa. Es algo que requiere la ayuda de más de una perspectiva y más de un dios. Sabiamente, Perseo consulta en primer lugar a Atenea, que se lo lleva a Dicterión, en Samos, donde están expuestas unas imágenes de las Gorgonas, para que así pueda distinguir a Medusa de sus dos hermanas. Así aprende, como si dijéramos, a asimilar lo que ya se conoce sobre el inconsciente y a diferenciarlo de otros contenidos que se le puedan parecer. Atenea también le enseña a no mirar a Medusa directamente, sino sólo su reflejo, y para ello le entrega un escudo extremadamente pulido. Éste puede verse como el primero de los distintos atributos o virtudes que Perseo, como buen chamán, ha de obtener. Nos damos cuenta de que la reflexión, la absorción retroactiva de experiencia e imágenes pasadas, es clave para abordar el Otro Mundo. De Hermes, Perseo obtiene una hoz diamantina. Se trata de un arma letal, pero, a diferencia del garrote de Hércules, es afilada, incisiva y no está tan conectada con la guerra, pongamos, como con la siega.
El escudo y la hoz le permitirán llevar a cabo su tarea; pero, para regresar con vida, necesita otras tres cosas: un par de sandalias aladas, como las de Hermes, para volar velozmente, una alforja donde meter la peligrosa cabeza cercenada y el negro casco de la invisibilidad que pertenece a Hades. Para conseguirlos, tiene que hacer un viaje preliminar al Inframundo, donde se encuentran las ninfas estigias que están a cargo de estos artículos. Pero, para encontrarlas a ellas, primero tiene que visitar a las tres Greas, las únicas que saben dónde pueden hallarse las ninfas estigias. Las Greas son hermanas de las Gorgonas, y Perseo, al estilo hermético, las engaña para que lo orienten. En otras palabras, una escaramuza preliminar con contenidos del inconsciente parecidos a la Gorgona, aunque menos mortales, le permite ubicarse en la perspectiva ultramundana.
Una vez ha localizado a Medusa, Perseo se acerca a ella caminando hacia atrás y sosteniendo su escudo pulido para atrapar su imagen, de modo que no tenga que mirarla directamente. Así es capaz de decapitarla con la hoz hermética. Observemos que su acercamiento es el opuesto al de Orfeo. Éste, al mirar hacia atrás a su esposa Eurídice mientras se la lleva fuera del Inframundo, reflexiona (mira hacia atrás) prematuramente, es decir, adopta una perspectiva del ego que es inapropiada para el reino del alma, que lo separa del alma, llevándosela y haciendo que la pierda (como perdió a Eurídice). Perseo, por su parte, muestra otra manera, más daimónica, de usar la reflexión en el Inframundo. En lugar de adoptar la perspectiva racional del ego «normal» de Orfeo, que capta la imagen ultramundana (inconsciente) de frente, invierte herméticamente el procedimiento… avanzando hacia atrás y reflejando hacia delante. Paradójicamente, la perspectiva del ego es guiada hacia delante por la reflexión de la imagen del alma, imagen que ve reflejada tras de sí. Para enfocar el procedimiento de otra manera, podríamos decir que la Gorgona es una imagen peligrosa cuando se la aborda literalmente (directamente, de frente), pero a la que se neutraliza cuando se la trata como imagen de una imagen. Como una negación doble, el reflejo la vuelve positiva en el sentido de que la reconoce como real pero no como literal. La imagen es peligrosa si se la toma literalmente, pero, si se la toma seriamente como una imagen, la Gorgona se vuelve vulnerable, susceptible de que le den muerte.
De pronto, del cadáver de Medusa nacen el caballo alado Pegaso y el guerrero Crisaor, engendrados ambos por el dios del mar Poseidón. Así pues, su muerte no es mera destrucción a la manera de Hércules, sino una liberación de nuevas formas de energía vital generadas por el inconsciente oceánico.
Con todo, Perseo aún debe escapar de la cólera de las dos hermanas de la Gorgona, lo que logra hacer cubriéndose con su casco de invisibilidad y echando a volar con las sandalias aladas. Estos artículos chamánicos son en realidad poderes que ha obtenido. El casco, que pertenece a Hades, significa la perspectiva de la muerte: la muerte del ego consciente y la adquisición del ego daimónico, que al estar en armonía con el reino daimónico es invisible en él. Las sandalias significan la perspectiva de Hermes, que, excepcionalmente, era capaz de volar de un lado a otro entre las alturas del Olimpo, la superficie de la Tierra y las profundidades del Inframundo, adonde se encargaba de conducir a las almas de los muertos. También es Hermes el que ayuda a Perseo a llevar la alforja mágica que contiene la cabeza de la Gorgona. Esto nos dice que, con el fin de hacer conscientes peligrosos contenidos inconscientes, debemos iniciarnos en un espacio dentro de la conciencia que tenga una afinidad estigia con la muerte y, por lo tanto, sea lo bastante fuerte para albergar esos contenidos. Una vez contenidos -asimilados-, los contenidos ya no son antagonistas; al contrario, podemos utilizar su poder como propio, al igual que Perseo utilizó la cabeza de la Gorgona para petrificar a sus enemigos. Observemos que ésta es demasiado pesada para poderla transportar sin la ayuda de Hermes.
No tengo espacio suficiente para comentar todo lo que el mito de Perseo da de sí. Pero mencionaré sólo uno o dos aspectos de sus aventuras posteriores, en especial su victoria sobre Andrómeda. Ésta se encontraba desnuda y encadenada a un acantilado como sacrificio a un monstruo marino que estaba devastando el reino de su padre. Su salvación es la parte órfica de la historia de Perseo. El monstruo marino está vinculado con Medusa -otra versión de Medusa, quizá- a través de Poseidón. Sin embargo, esta vez no es Perseo quien mira el reflejo del monstruo, sino que a éste lo distrae la imagen de Perseo reflejada en el agua, permitiéndole a él bajar volando y decapitarlo. Descubrimos así que el modo en que el inconsciente se enfrenta a nuestras imágenes -en que nos imagina- es tan importante como el modo en que nosotros lo imaginamos.
El de Perseo me recuerda al mito inuit (esquimal) sobre la Madre de las Criaturas Marinas de las que depende todo ser vivo. En época de mala pesca, es tarea del chamán de la tribu visitar a esta diosa y persuadirla de que libere a las tan necesarias criaturas. El problema es que, al estilo de Medusa, es una arpía espantosamente fea que huele a pescado y tiene el pelo hecho una maraña. Puesto que habita en lo más hondo del mar, el viaje del chamán es especialmente arriesgado: tiene que sumergirse en un estado de trance o éxtasis durante un tiempo prolongado, y siempre hay riesgo, como en cualquier incursión en el reino daimónico del inconsciente, de «ahogarse». El método que emplea para propiciar a la Madre de las Criaturas Marinas es inesperado. No hay coerción, por ejemplo, y ni hablar de arrastrarla hacia arriba, hacia la conciencia, puesto que ella es el cimiento de todo ser. En lugar de eso, el chamán simplemente ha de superar su propio temor ante el aspecto de la diosa y peinarla. He aquí, pues, otra lección sobre cómo abordar el Otro Mundo: con valor, respeto y ternura. (Págs. 401-408)