Continuando con el hilo ya abierto en "Ortodoxia y heterodoxia (I)" y para evitar que se pierda en las fauces de este atigrado blog, continuaremos aquí si os parece con este enjundioso tema.
Evidentemente, yo también comparto la opinión que señalan Agustín y el Dr. Piedra en cuanto a los peligros de una espiritualidad a la carta: nada más cómodo e ineficaz… en el mejor de los casos, cuando no directamente deformante. En esa posibilidad creo que estaremos todos de acuerdo, y ejemplos de pseudoespiritualidad untuosa, edulcorada y/o directamente casposa podemos todos citar varios de memoria, inscritos tácita o explícitamente bajo el epígrafe de “Nueva Era”, presunta corriente de despertar interior que, en la mayoría de los casos, prefigura el sello que cierra irremediablemente la puerta hacia el espíritu al identificarlo con la psique más cortical, y a veces incluso con su aspecto más “mecánico”, el sensorial.
Aceptado esto, y retomando lo que apuntaba Simplucio (por cierto, gracias por ascenderme a “Aspirante a hiena”: desde ahora tú serás mi maestro), no se trata de averiguar si somos o no “excepcionales”, como entendió el Dr. Piedra siguiendo a Guénon, para el que sólo seres “excepcionales” podrían encontrar el camino (recibir la iniciación) sin ayuda exterior. Estaba fuera de mi imaginación semejante posibilidad cuando os preguntaba si era posible el conocimiento fuera de la vinculación a una tradición. Como apunta la Hiena Simplona (me duele estar de acuerdo con él, pero en fin…), no se trata de si somos nosotros los excepcionales, sino de si las circunstancias, degeneradas hasta este punto, no pueden en compensación haber “ensanchado” las vías excepcionales.
El tema que plantea Simplucio es a mi modo de ver verdaderamente relevante, y es que las tesis guenonianas al respecto parecen exigir una muy clara línea entre lo ortodoxo (y por lo tanto vivificador y operativo) y lo heterodoxo (inoperante, sino deformante). Y no veo cómo puede trazarse esa línea ni qué autoridad tiene la legitimidad para hacerlo, máxime cuando (de nuevo Simplucio) a lo largo de la historia aquéllas se han transformado en éstas y viceversa. ¿Puede entonces la verdad, como si de un juego se tratase, subrogarse a las formas externas? No parece muy probable. Además, tampoco debemos olvidar algo que señala Agustín y que me parece clave: uno no elige una tradición, es en todo caso al revés. Si no se siente la llamada, ¿creéis posible aun así “forzar” el camino?