Continuemos ahora con algunas apreciaciones interesantes sobre el retrato y la biografía, extraídos de la Introducción a la vida angélica.
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Lo que es la Biografía, entre los géneros literarios es el Retrato en el orden de la pintura. Detengámonos un instante en lo que podríamos llamar la filosofía del Retrato y empecemos por recordar la diferencia que existe entre el retrato artístico y el retrato humildemente documentarlo: digamos, entre los que honran nuestros Museos y los que autentifican nuestros pasaportes.
¿De dónde viene nuestro interés intelectual por los retratos artísticos? Viene, justamente, de que el artista para producir su obra, ha elaborado en la materia dada por lo real un proceso de abstracción, en cuya virtud, lo que no era más que un «caso», se vuelve en cierta manera un «tipo». Es decir, que el artista cumple un esfuerzo de selección, sobre un cierto número de notas pertenecientes a su modelo y sabe, con lucidez, escoger y hacer resaltar algunas, cuyo conjunto dota a la imagen de un singular poder «expresivo».
Con ello, el Retrato saca al ser particular de la «insignificancia» y le da al contrario la «significación», descubriendo la ley íntima del personaje, su «personalidad». A través de cuanto es accidental, efímero, anecdótico, revélase, por modo tal, lo que hay en elementos eternos de ideales, respecto de los cuales ganan aquellos otros elementos un valor simbólico. No nos cansemos de repetir aquí la frase profunda de la correspondencia de Goethe a Carlota: «Wiessen Sie was symbolisclien Dasein ist»… Pero, no sólo la existencia de un Goethe, la existencia de cualquier hombre, de cualquier mujer, aun el más humilde, aun el más obscuro, tiene una ley interior, expresa un símbolo. Esto permite que respecto de cualquier hombre, respecto de cualquier mujer, si el artista alcanza a «verlos», exista la posibilidad de un retrato.
Existe igualmente la posibilidad de una biografía. Pero, también aquí se trata de saber encontrar una significación, según la cual un cierto número de detalles se vuelve interesante; mientras que otros quedan sin valor. Se trata de cumplir un proceso de abstracción y de no apuntar a la verdad más que en el campo de la propia ley, según la cual se haya simbólicamente manifestado la personalidad de la figura que ocupa al biógrafo.
Entre los primeros frutos de nuestros experimentos sobre la embriología del Retrato -cuyo detalle contábamos hace dos cartas- figuró la formulación de una ley, que luego nos ha acontecido confirmar con el testimonio de artistas y otros expertos en el asunto; los cuales, apenas aquélla enunciada, se apresuraron uniformemente a juzgarla de certera.
La ley siguiente: un Retrato viene al mundo siguiendo un proceso en tres etapas que respectivamente pueden ser llamadas (según Miguel Ángel hacía con los sucesivos trabajos del escultor en la arcilla, el yeso y el mármol) «vida», «muerte» y «resurrección»… Y, es claro que el proceso puede ser interrumpido. Es claro también, que en el tiempo cabe abreviarlo, dar incluso la impresión de que se suprime alguna de sus etapas. Ni esta impresión, sin embargo, corresponde a la estricta objetividad, ni aquella abreviatura significa que, en nadie, la segunda y dura etapa, la de la «muerte», pueda llegar a lo superfluo.
Estamos en la primera sesión de «pose», en sus momentos iniciales. A poco dotado que, para la tarea, se halle el artista, ¡cuan felices momentos, cuan afortunada magia de la apariencia, con qué rápida comodidad se gustaba el retrato en la doble ventaja del parecido, de la vivacidad! A los cuatro rasgos, ya la imagen parece «clavada», ya el trasunto «está hablando». La obra de la mano «vive»… Tal etapa es aquella en que fácilmente -y legítimamente- se contentan, verbigracia, el caricaturista, el reportero gráfico. El retratista probo y constructivo, sin embargo, no se dará por satisfecho con suscitar tan superficial ilusión.
Querrá al contrario analizar, profundizar, «justificar» lo que en el esbozo feliz se le presente inevitablemente como gratuito. Seguirá trabajando en su producción. Y entonces -sin remedio- ocurre una cosa espantosa. Entre las manos del artista el Retrato se apaga, se marchita, «muere». Cada día dijérasele disminuido en la escala de la vivacidad. A cada pincelada, el parecido con el original se aleja un poco. Vienen sesiones áridas, en cada uno de cuyos recodos se aloja el desaliento… Fuerza es reconocer que la mayor parte de los retratos que en el mundo se intentan, quédanse ahí; sea que el modelo se canse y esquive la continuación, sea que el pintor o escultor, convicto, si no confeso, de impotencia, se apresure, llegado cierto instante, a dar la tarea por conclusa, tal vez en evitación de mayores males.
¡Ah, pero el retratista de gran clase prosigue! Prosigue, impávido, superiormente seguro, a través de la muerte, añadiendo cotidianamente un poco de mineralización constructiva, un poco de noche de Penélope en el tejer del parecido. Y acontece que el retrato «resucite» al fin, en la jornada y momento que Dios. Quizá más como «recompensa» que como «efecto» del honrado trabajar, la acumulación de análisis lleva a la síntesis, la acumulación de demostraciones, a la evidencia. Tan «viva» como en los rasgos primeros, tan «parecida » como en la frescura de la inicial captación, he aquí que la obra triunfa de nuevo. Y, ahora, no ya en la ilusión, sino en la verdad. No ya gratuitamente, sino constructivamente. No ya en la anécdota impresionista, sino en la eternidad definitoria.
Si el fin del Retrato consistiese únicamente en reproducir la apariencia -la circunstancial apariencia del original en un momento dado-, la que puede captar perfectamente el primer proceso de los tres cuyo conjunto constituye la embriogenia del Retrato, ¿qué necesidad tendría éste, para perfeccionarse, de pasar por los otros dos, de morir un día, para resucitar llegado el tercero? La vida, la brillante vida inicial sería suficiente; el parecido, el parecido superficial, con que la tarea ha empezado, bastaría.
Pero ya decía el gran Poussin que las cosas, además de su «aspecto», tienen sobre «prospecto». Y que, si para el primero bastaba mirarles la cara a las cosas, para lo segundo había que darles la vuelta y desentrañarles la geometría. Si tanto las cosas en general, cuánto más los seres humanos. Transitoria es en ellos la «expresión»; firme, duradero, el «carácter», el tipo. Su «genio y figura», que llevan hasta la sepultura. La «figura» que no es puro «aspecto» y cuyos rasgos fundamentales sólo pueden obtenerse gracias a una cierta «abstracción»; y el «genio», es decir, para hablar como Sócrates, el «demonio familiar»; para hablar como los cristianos, el «Ángel». Y todo esto, precisamente porque no está en la superficie, precisamente porque no lo capta la simple sensación, hay que revelarlo, traerlo a la luz, «alunabrarlo». La gestación que precede al alumbramiento: ésta es la segunda etapa indispensable en la embriogenia del Retrato. «Eructabo abscondita a constitutione mundi…» El retratista puede también decir «Eructabo abscondita a constitutione hominis». «Diré el secreto esencial de su vida». Por esto, a la vez que la necesidad de las fases de «vida», «muerte» y «resurrección», sacamos, de nuestras experiencias sobre el Retrato, la verdad siguiente: «Los buenos retratos llegan a parecerse al original (o el original, a ellos) cinco años más tarde». Todo retrato esencial es un augurio, una anticipación del destino. Antes del amor el buen retrato conoce al enamorado, antes de la victoria, al dictador, antes del crimen al criminal. Más profético todavía por el oráculo, el retrato de Edipo mozo le diera, no sólo aire de parricida y de incestuoso, sino también de ciego.
¿Por qué, el verdadero y gran Retrato resulta parecerse a su original «cinco años más tarde?». Pues, porque, cuando llega al éxito su etapa terminal, la etapa de la «resurrección», lo que con él se ha descubierto no es la vida consciente de este original, ni lo subconsciente tampoco, sino su sobre-consciente -su ley esencial- su definición, su personalidad, su Ángel.
El artista del retrato «ve» lo que será «después» su modelo. Opera en el mismo sentido de depuración que la vida. Ve, de antemano, al hombre o a la mujer. (…)
Cambiando así la versión interina, la contingente temporalidad -siempre un esbozo- de la apariencia de la hora y del momento, en la fijeza definitiva de la edición «ne varietur».
Por esto son dos anticipaciones de orden semejante el Retrato y lo que llamamos «vocación». En el niño, por la «vocación» se revela el músico de mañana. En el mozo, por el retrato, se revela la personalidad que vendrá.
«El tiempo es un señor que dice la verdad». El verdadero Retrato también. Precisamente, porque no tiene nada que ver con el tiempo.
Y éste es el secreto del Retrato. (Págs. 179-185)