Cabalgando al Tigre

martes, 27 noviembre, 2007

Realidad daimónica (I): Sueños, realidad psíquica y dáimones

Filed under: Textos recomendados — by Aspirante a domador @ 9:51 am

realidad.jpgDespués de haber leído su Fuego secreto de los filósofos esperaba mucho de este nuevo libro de Patrick Harpur: Realidad daimónica (Ed. Atalanta. Barcelona 2007, trad. de Isabel Margelí, 476 págs.). Quizá demasiado. Entiéndaseme bien: no es que el libro no merezca la pena, que la merece, pero se me ha hecho algo pesado y reiterativo: casi 500 páginas dedicadas a los fenómenos «paranormales»: apariciones, visiones y sueños que, a veces, me han resultado demasiado redundantes. A cambio y entreverados con las repetitivas anécdotas, hay fragmentos muy interesantes y evocadores, algunos de los cuales os voy a ir dejando en éste y sucesivos posts, en los cuales Harpur aborda la naturaleza de la realidad y la mente en relación a estos fenómenos: «Para entender las apariciones tenemos que cultivar una visión del mundo distinta […, y] una parte considerable de ello implica dar la vuelta a presuposiciones, reexaminar la «realidad» y reinstaurar la importancia de los sueños, los contenidos inconscientes y las imágenes del alma.» Después de leer el texto, yo diría que, según piensa Harpur, la relación entre el ego y los dáimones es la relación entre el hombre y su alma.

De la edición nada que añadir a lo ya dicho sobre Atalanta en anteriores ocasiones; tan sólo lamentar un fallo de imprenta que hace que algunas (pocas) hojas estén algo desvaídas, aunque no hasta el punto de impedir su lectura. Muy pocos errores tipográficos: tan sólo he detectado media docena, la mayoría obvios.  Como es, parece, costumbre en Atalanta, las referencias bibliográficas están divididas en dos (ya lo comenté en El fuego secreto…), así que de nuevo espero que me disculpéis por eliminarlas ante el trabajo que supondría refundirlas.

Empezaremos con algunos sueños extraídos de la obra de Jung que darán pie a Harpur para hablarnos sobre la objetividad psíquica y la naturaleza de los dáimones.

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Hay que subrayar que, aunque los sueños son expe­riencias internas, no son subjetivos. Es decir, que no son nuestras mentes conscientes quienes los crean. No nos pertenecen, sino que son algo que nos sucede. Los anti­guos griegos hacían bien en no decir nunca que habían tenido un sueño, sino que habían visto un sueño. También hacían una distinción fundamental entre los sueños significativos y los que no lo son. Jung, que analizó mi­les de sueños en el transcurso de su larga vida, coincidía con ellos. Los sueños ordinarios, cuyo contenido remite a acontecimientos de nuestras vidas, eran producto del inconsciente personal. Pero  también  están los  sueños arquetípicos, que derivan del inconsciente colectivo, lla­mados «significativos» por los griegos y «grandes sue­ños» por las sociedades tribales. El ambiente de éstos es bastante distinto al de los sueños ordinarios. Se distin­guen por su intensidad y su claridad y, por encima de todo, por su sentido de la realidad. Se perciben como sagrados y, en ocasiones, proféticos. Un ejemplo típico, citado por Jung, es el de una mujer que soñó que bajaba por los Campos Elíseos en autobús. Sonó la alarma antia­érea. Los pasajeros del bus se bajaron y desaparecieron en las casas de los alrededores. La mujer, que fue la últi­ma en dejar el vehículo, intentó meterse en una casa, pero las puertas estaban cerradas. La calle estaba absolutamen­te vacía. Se apoyó en una pared y alzó la vista al cielo. En lugar de las esperadas bombas vio «una especie de plati­llo volante, una esfera metálica con forma de gota. Iba volando bastante despacio de norte a este, y [ella] tuvo la impresión de que la estaban observando». En medio del silencio, oyó los tacones de una mujer que bajaba ca­minando por la calle vacía. «El ambiente era de lo más raro.»

Vemos aquí la transición del inconsciente personal, por decirlo así, al colectivo: la mujer está viajando con bastante normalidad cuando suena la «alarma antiaérea». La dejan sola frente a la dramática aunque bastante habi­tual situación de un ataque enemigo. Pero en lugar de eso aparece algo completamente externo a este mundo, una epifanía, acompañada del aura de rareza que rodea a los avistamientos de ovnis.

Un mes más tarde, la mujer tuvo otro sueño:

«Estaba caminando de noche por las calles de una ciu­dad. Unas «máquinas» interplanetarias aparecieron en el cielo y todo el mundo huyó. Las «máquinas» parecían grandes puros de acero. Yo no huí. Fui detectada por una de las «máquinas», que vino directa hacia mí en ángulo oblicuo. Yo pienso: el profesor Jung dice que no hay que escapar, así que me quedo ahí quieta y miro la máquina. Vista de cerca y por delante era como un ojo circular, medio azul y medio blanco.»

Aquí, el sentido de la epifanía -de un dios o de Dios mismo manifestándose- se intensifica. El ojo único es como el alma con varios ojos que todo lo ven menciona­da por Cesáreo. Pero, aunque puede que el consejo de Jung a su paciente sea sensato, hay que tener en cuenta que el contacto directo con poderes espirituales es equí­voco -tan  peligroso como beneficioso-, tal y como muestra la segunda parte de este mismo sueño. La mujer se encuentra en una habitación de hospital. «Entran mis dos jefes, muy preocupados, y le preguntan a mi herma­na cómo estoy. Ella contesta que la sola visión de la máquina me ha quemado todo el rostro. Sólo entonces me doy cuenta de que están hablando de mí, y de que tengo toda la cabeza vendada, aunque no puedo verla.» Se trata de un efecto referido a menudo por testigos de ovnis. Se les quema la cara, les salen erupciones, irri­taciones en la piel, conjuntivitis… Los extraterrestristas atribuyen estos síntomas a la «radiación». Pero lo que vemos es que no todas las radiaciones tienen que ser lite­rales. Las  abrasadoras  imágenes  arquetípicas  dejan  su marca en un sentido psíquico y simbólico, además de en un sentido físico y literal. Moisés tuvo que cubrirse el rostro después de ver la zarza ardiente, no porque ardie­ra por radiación, sino porque, irradiada por la gloria del Señor, no podía ser mirada.

Así, los ovnis pueden aparecer en sueños con una lucidez muy vivida, e incluso más que eso. Pero, a la inversa, las visiones de ovnis en vigilia suelen estar rodea­das por un ambiente extraño y onírico, la misma calma y rareza que se presentan en sueños. Hacia las cinco de la tarde del 26 de mayo de 1981, por ejemplo, una pareja acababa de salir de su casa en Pitsea, Essex, cuando un enorme objeto ovalado surgió de junto a una refinería. Tenía una luz roja en la parte de atrás y cuatro «faros» blancos. Volaba muy bajo, y tan despacio que «tardó siglos» en pasar. «El tiempo prácticamente se detuvo, les pareció, y más tarde los testigos se dieron cuenta de que, a menos que el objeto hubiera tardado una media hora en pasar sobre esa concurrida calle en hora punta, no sabían qué había ocurrido en un lapso de tiempo tan amplio. No hubo otros testigos.»

Una y otra vez, en los informes sobre ovnis oímos que el tiempo «se detiene», que hay un silencio extraño a pesar del tráfico intenso, pongamos. Los testigos descri­ben una sensación de aislamiento y ensimismamiento, como si (igual que en el ejemplo del sueño) todos los demás se hubieran desvanecido de repente; una sensación de unidad con el objeto percibido en que la aprensión o el temor iniciales pueden ser reemplazados por una sen­sación de tranquilidad apagada.

[…]

Jung, como Freud, consideraba los sueños la via regia al inconsciente y, por tanto, al autoconocimiento. Nunca dejó de prestar atención a sus sueños, muchos de los cua­les fueron decisivos para dar forma al curso de su vida, tanto la interior como la exterior. Comprendía la parado­ja del inconsciente: que es inconsciente sólo desde el punto de vista de la conciencia en vigilia ordinaria. Cuando ésta duerme o se encuentra en suspenso, el «in­consciente» revela una asombrosa conciencia propia que a menudo ve y sabe más que nosotros. Sueño y vigilia no tienen por qué ser tratados como contrarios. Uno puede invadir al otro. Se pueden considerar los sueños como visiones del durmiente, y las visiones como sueños en vigilia. Los primeros tienen lugar interiormente y los segundos, exteriormente. (Págs. 56-61)

 

Para nosotros es difícil captar la realidad psíquica porque nuestra cosmovisión ha sido obstinadamente dualista durante largo tiempo. El dualismo cuajó a prin­cipios del siglo XVII con el nuevo empirismo de Francis Bacon y la filosofía de René Descartes, que dividió fir­memente el mundo entre mente (sujeto) y extensión (objeto). Pero el trabajo de base para tal distinción se había establecido, siglos antes, en el Concilio Eclesiástico de 869, que decretaba dogmáticamente que el hombre está compuesto de dos partes, cuerpo y espíritu. El tercer componente -alma- estaba contenido en el espíritu, y así se perdió una distinción esencial. Pues es precisamente al alma (psykhé en griego, anima en latín) a lo que se remi­te la realidad psíquica: un mundo intermedio, entre lo físico y lo espiritual, que participa de ambos.

Jung comprendía la realidad psíquica porque se topó directamente con ella, en un sueño. En él se le apareció «un ser alado surcando el cielo. Vi que era un anciano con los cuernos de un toro. Sostenía un manojo de cua­tro llaves, y tenía cogida una de ellas como si se dispusie­ra a abrir un cerrojo». Esta figura misteriosa se presentó a sí misma como Filemón; y aquél fue el principio de una bella amistad. Visitó a Jung a menudo, no sólo en sueños, sino también estando despierto: «En ocasiones me pare­cía muy real, como si fuera una personalidad viviente. Paseaba con él de un lado a otro del jardín, y para mí era lo que los indios llaman «un gurú»… Filemón me aportó la noción crucial de que hay cosas en la psique que no produzco yo, pero que tienen su propia vida… Mantuve conversaciones con él y dijo cosas que yo no había pen­sado conscientemente… Dijo que yo trataba los pensa­mientos como si los hubiera generado por mí mismo, pero, según su parecer, los pensamientos eran como ani­males en el bosque, o como personas en una habitación… Fue él quien me enseñó la objetividad psíquica, la reali­dad de la psique».

Uno de los detalles que nos da Jung de Filemón es que «traía consigo una atmósfera egipcio-helenística de tintes gnósticos». En otras palabras, procedía de la cultura de habla griega que se extendió por el Mediterráneo oriental en los primeros siglos posteriores al nacimiento de Cristo. En esa época el cristianismo no era más que un conjunto de creencias que competía por la soberanía con muchas otras, como el gnosticismo, el hermetismo y, sobre todo, el neoplatonismo. Finalmente éstos fueron declarados herejes o bien absorbidos en parte por el cris­tianismo, que se convirtió en la religión oficial del Sacro Imperio Romano. Junto con ellos se expulsó una creen­cia que daban por sentada: la creencia en lo que Jung lla­maba «realidad psíquica». Así que Filemón, que tanto hizo por iniciar a Jung en ese mundo, era verdaderamen­te su antepasado espiritual.

Las grandes autoridades en el mundo intermedio de la realidad psíquica fueron los neoplatónicos, que florecie­ron desde mediados del siglo III a.C. hasta mediados del VI. Siguiendo el diálogo más místico de Platón, el Timeo, llamaron a la región intermedia el Alma del Mundo, comúnmente conocida en latín como Anima Mundi. Así como el alma humana mediaba entre el cuerpo y el espí­ritu, el alma del mundo mediaba entre el Uno (que, como Dios, era el origen trascendente de todas las cosas) y el mundo material y sensorial. Los agentes de esta media­ción recibían el nombre de dáimones (a veces escrito daemones); éstos, se decía, poblaban el Alma del Mundo y proporcionaban la conexión entre los dioses y los hom­bres.

Más tarde, la cristiandad declaró injustamente a los dáimones demonios. Pero originariamente eran sólo los seres que abundaban en los mitos y el folclore, desde las ninfas, los sátiros, los faunos o las dríadas de los griegos hasta los elfos, gnomos, trols, jinn, etc. Por ello propon­go, en aras de la comodidad, denominar a todas las figu­ras de las apariciones, incluidos nuestros alienígenas y seres feéricos, con el nombre genérico de dáimones.

Los dáimones eran esenciales para la tradición de la filosofía gnóstico-hermético-neoplatónica, que era más como una psicología (en el sentido junguiano) o una dis­ciplina mística que como los ejercicios de lógica en que se convirtió la filosofía. Pero los dáimones del mito evolu­cionaron hacia un tipo más ajustado a estas filosofías, ya fueran ángeles, almas, arcontes, tronos o potestades…, muchos de los cuales se infiltraron luego en el cristianis­mo. Siempre flexibles, los dáimones cambiaban de forma para adaptarse a los tiempos, transformándose incluso en abstracciones si era necesario (las hénadas neoplatónicas, por ejemplo), aunque prefiriendo, dentro de lo posible, permanecer como personificaciones. El elenco de perso­najes arquetípicos de Jung -sombra, anima/animus, Gran Madre, Anciano Sabio- lo coloca sólidamente en esta tra­dición.

Nunca del todo divinos ni del todo humanos, los dái­mones emergieron del Alma del Mundo. No eran espiri­tuales ni físicos, sino las dos cosas. Tampoco eran, tal como Jung descubrió, enteramente internos ni externos, sino ambos. Eran seres paradójicos, buenos y malos, benéficos y temibles, guías y censores, protectores y exasperantes. La Diotima de Platón los describe en El banquete, un diálogo consagrado al más ignorado de to­dos los temas por la filosofía moderna: el amor.

«Todo lo daimónico es un intermedio entre dios y mortal. Interpretando y transmitiendo los deseos de los hombres a los dioses y los deseos de los dioses a los hom­bres, permanece entre ambos y llena el vacío (…). Un dios no tiene contacto con los hombres; sólo a través de lo daimónico se dan el trato y la conversación entre hom­bres y dioses, ya sea en estado de vigilia o durante el sueño. Y el hombre experto en semejante relación es un hombre daimónico…»

Jung lo era a todas luces. En términos suyos, los dái­mones son imágenes arquetípicas que, en el proceso de individuación, nos conducen hacia los arquetipos (dio­ses) mismos. No necesitan transmitir mensajes, pues ellos en sí son el mensaje. Los griegos comprendieron desde una época temprana que los dáimones podían ser psico­lógicos, en el sentido junguiano. Atribuían a los dáimo­nes «esos impulsos irracionales que se alzan en un hom­bre contra su voluntad para tentarlo, como la esperanza o el miedo». Los dáimones de la pasión o los celos y el odio todavía nos poseen, como han hecho siempre, haciendo que nos lamentemos tristemente: «No sé lo que me pasó. Estaba fuera de mí». Pero, aunque la actividad daimónica sea más fácil de detectar en el comportamiento obsesivo e irracional, siempre está trabajando silenciosa­mente entre bastidores. Nuestra tarea es identificar los dáimones que hay detrás de nuestras necesidades y deseos más profundos, de nuestros proyectos e ideologías, pues, como hemos visto, éstos siempre tienen una implicación religiosa, yendo y viniendo del territorio del ser divino y arquetípico. Lo que no debemos hacer es ignorarlos, porque, como advertía Plutarco (¿46-120?), aquel que niega a los dáimones rompe la cadena que une al mundo con Dios. (Págs. 78-81)

23 comentarios »

  1. Por cierto que hoy he entrado en la página de Patrick Harpur (http://www.harpur.org/patrick.htm) y he visto que se ha reeditado en inglés su obra de culto «Mercurius; or the Marriage of Heaven and Earth» al parecer una novela alquímica que se había convertido en un libro muy difícil de encontrar: ¿sabéis algo sobre este libro?, ¿alguien lo ha leído?

    Comentarios por Pola — martes, 4 diciembre, 2007 @ 7:46 pm |Responder

  2. He oído algo de él, pero ni lo tengo ni lo he leído.

    Comentarios por Aspirante a domador — jueves, 6 diciembre, 2007 @ 1:48 pm |Responder

  3. […] con la Realidad daimónica, Harpur nos muestra aquí una visión del espiritismo como chanza y burla de los dáimones, como […]

    Pingback por Realidad daimónica (II): sobre el espiritismo « Cabalgando al Tigre — jueves, 6 diciembre, 2007 @ 2:11 pm |Responder

  4. Hombre, Aspirante a domador, es que en el libro no pone «desmiembrar» sino «desmiembran», que es como se conjuga la tercera persona del plural de «desmembrar».

    Comentarios por Tanit — viernes, 7 diciembre, 2007 @ 1:45 pm |Responder

  5. Tienes razón, Tanit, el error es mío: voy a eliminar esa apostilla del post. Gracias por la puntualización y un saludo.

    Comentarios por Aspirante a domador — miércoles, 12 diciembre, 2007 @ 4:19 pm |Responder

  6. […] con la Realidad daimónica, os propongo dos fragmentos; en el primero, Harpur defiende el mundo psíquico como realidad […]

    Pingback por Realidad daimónica (III): Proyección, paranoia, delirio y revelación « Cabalgando al Tigre — miércoles, 12 diciembre, 2007 @ 4:27 pm |Responder

  7. […] con la Realidad daimónica, unas puntualizaciones que ayudarán a entender el sentido que se da a los términos […]

    Pingback por Realidad daimónica (IV): Imaginación y alma « Cabalgando al Tigre — miércoles, 19 diciembre, 2007 @ 2:58 pm |Responder

  8. […] este breve fragmento de la Realidad daimónica, Harpur hace un interesante exploración liminal entre la realidad daimónica y la literal. Muy […]

    Pingback por Realidad daimónica (V): El literalismo como idolatría « Cabalgando al Tigre — lunes, 24 diciembre, 2007 @ 2:09 pm |Responder

  9. Felices fiestas, Aspirante a domador. El último párrafo de este texto me recuerda lo abandonados que tengo a mis daimones ultimamente… ¡y no solo en el blog! Un beso,
    F.

    Comentarios por Filousia — lunes, 24 diciembre, 2007 @ 5:46 pm |Responder

  10. Uf, qué me vas a contar, Filousia, yo últimamente voy de cabeza… Felices fiestas para ti también, amiga.

    Comentarios por Aspirante a domador — miércoles, 26 diciembre, 2007 @ 6:57 pm |Responder

  11. […] extracto de la Realidad daimónica, en la que se traza un paralelismo, en algunos momentos yo creo que abusivo, entre los ritos de […]

    Pingback por Realidad daimónica (VI): Muerte y renacimiento « Cabalgando al Tigre — miércoles, 2 enero, 2008 @ 1:39 pm |Responder

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  15. Muy interesante el texto, pero huelga aclarar, que no todos los daimones ayudan para la Liberación, en este sentido, el Islam es cristalino, cuando dice que hay jinns que son muslims, otros incrédulos, y otros shaitanes. El problema con Jung, tanto para Evola como para Guénon, es que toda su «doctrina» como su método, se fundó desde lo profano, es por ello que el genio Filemón, pueda ser también considerado como un auténtico shaitan, y no como un mediador entre los Dioses y los hombres. Pues no todo lo que se encuentra en el Anima Mundi es conveniente.
    Ahora, es cierto que la Iglesia Católica considera a los daimones en su totalidad, como malvados.

    Comentarios por Raúl — viernes, 24 abril, 2009 @ 10:59 pm |Responder

  16. Me restó algunas aclaraciones más. No es cierto que los daimones sean tanto internos como externos, ciertamente un Liberado podría hablar de esta manera desde su estado Universal, pero esto no funciona para nosotros. Aunque a las pasiones se les pueda denominar daimones, (Rama Coomaraswamy lo hizo a veces), existen realmente seres psíquicos que no forman parte de la constitución del individuo, aunque lo puedan influenciar formando parte de su destino.
    Tampoco es cierto que los daimones sean ambivalentes, el Islam y no solo en su faz exotérica, lo niega rotundamente, y así todas las Tradiciones, y no por ocultar un aspecto esotérico que en verdad no existe. Lo que es cierto es que los genios poseen libre albedrío, solo así se puede entender que sean considerados ni buenos ni malos, pero de cualquier manera, como dijo Cristo, el árbol se conoce por sus frutos, y es allí donde realmente existen los considerados «buenos» o «malos».

    Comentarios por Raúl — viernes, 24 abril, 2009 @ 11:49 pm |Responder

  17. Excelente post. Te seguiré leyendo. Saludos!

    Comentarios por Nahim de Liébana — domingo, 8 noviembre, 2009 @ 7:16 pm |Responder

  18. Buenos días para todos, aparte de lo leído, han tenido experiencias reales, o sentidas como reales? Me refiero a encuentros con seres no reconocidos por nuestra consciencia ordinaria, ya sea en sueños o en vigilias. Saludos y gracias. Lilians

    Comentarios por Lilians Sandi — jueves, 16 septiembre, 2010 @ 6:15 pm |Responder

  19. Si Lilians, demasiadas buenas y malas. Soy mago y desde pequeño que tengo contactos con los jinns y con las influencias errantes. La magia es algo complicada. He visto, sentido y escuchado a los espíritus, tanto en vigilia, como en sueños y durante la proyección astral. Y te aseguro que no son una manera figurada de hablar de los instintos, quienes dicen eso no saben nada de nada respecto a cualquier cosa psíquica que no salga de su cabeza. Si quieres lée mis comentarios más arriba donde me explayo un poco sobre esto

    Comentarios por Raúl — jueves, 16 septiembre, 2010 @ 6:24 pm |Responder

  20. Me compré y leí el libro, y en mi modesta opinión, el libro es un compendio de sistemación de todo el fenómeno paranormal. Sea cierto o no, la verdad es que abre una puerta muy diferente a la que nos vienen repitiendo una y otra vez a los «expertos» en la materia. Saludos!

    Comentarios por Nahim — jueves, 16 septiembre, 2010 @ 6:42 pm |Responder

  21. Pues que sea diferente a lo que dicen los «expertos» en la materia no lo hace correcto Nahim, y créeme porque no soy un «ratón de bibliotecas». Para hablar del mundo psíquico con conocimiento hay que conocerlo, no solo leer, y el mundo psíquico no existe solo en nuestras cabezas. El autor es solo un comentarista e interpretador de lo que leyó, y nada más que eso. Jung tuvo ciertos contactos, pero nunca una tradición ni un maestro que lo entrenara, en fin, solo fue un neófito en el tema que aplicó a lo que percibió sus propias ideas de la psicología que aprendió de Freud, y lo que él consideró correcto para convertirse en un «cabeza de escuela».

    Comentarios por Raúl — jueves, 16 septiembre, 2010 @ 7:19 pm |Responder

  22. Pues que sea diferente a lo que dicen los “expertos” en la materia pero eso no lo hace correcto Nahim, y créeme porque no soy un “ratón de bibliotecas”. Para hablar del mundo psíquico con conocimiento hay que conocerlo, no solo leer, y el mundo psíquico no existe solo en nuestras cabezas. El autor es solo un comentarista e interpretador de lo que leyó, y nada más que eso. Jung tuvo ciertos contactos, pero nunca una tradición ni un maestro que lo entrenara, en fin, solo fue un neófito en el tema que aplicó a lo que percibió sus propias ideas de la psicología que aprendió de Freud, y lo que él consideró correcto para convertirse en un “cabeza de escuela”.

    Comentarios por Raúl — jueves, 16 septiembre, 2010 @ 7:24 pm |Responder

  23. El cielo siempre estuvo con nosotros, demasiado cerca para verlo; y los ángeles, éramos nosotros mismos, disfrazados de mito.

    Toliis

    Comentarios por Toliis — domingo, 19 diciembre, 2010 @ 11:54 pm |Responder


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